23 de octubre de 2011
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Hemos celebrado un congreso con motivo del V aniversario del sermón de fray Antón de Montesino en la isla La Española, en su capital Santo Domingo, ahora de una parte de esa isla, la República Dominicana. El dominico, por encargo de su comunidad, denuncia con energía el maltrato de los españoles hacia los nativos, a quienes no consideraban hombres. De ahí su grito “¿es que éstos no son hombres?”. Entre las comunicaciones que se nos presentaron destacó una que exponía que, según el filósofo judío Cohen, el “prójimo” a quien se refiere el mandamiento del amor, era, en su versión del Levítico, el extranjero, no el judío. Frente a lo que se suele entender para destacar el cambio que estableció Jesús de Nazaret al aplicar ese término bíblico no al próximo sino también a alejados y proscritos, como el samaritano: es decir a todo ser humano. No deja de ser valiosa la apreciación de Cohen. El prójimo es el extranjero. Pienso que es así, el extranjero él era simplemente un ser humano, no judío. Y el amor del Levítico y de Cristo es al ser humano. El ser humano, su ser, aflora con más fuerza cuando no está oculto por el tener: por tener derechos ciudadanos, acogida social, consideración ética y no digamos bienes materiales. Por eso se manifiesta de modo más claro en el pobre. La opción por el pobre es la expresión de la opción por el ser humano. Es opción por lo que es, y por que su vida sea humana.
La pregunta del doctor de la ley que provocó el relato de la parábola del samaritano fue: “¿Quién es mi prójimo? La pregunta de Jesús al final de su relato a dicho doctor es: ¿Quién se mostró o actuó como prójimo del malherido”. La respuesta del doctor de la ley, “quien le hizo misericordia”. Quizás no se atrevió a decir “el samaritano”, es decir el ser proscrito y extranjero. Jesús no exige una respuesta esencialista, que señale quién es el prójimo. Lo que le interesa es un modo de actuar. Esto implica que más que saber quién es mi prójimo, yo tengo que actuar como prójimo de… quien me necesita, sea judío o samaritano, el malherido era “un hombre cualquiera”, como Cristo quiso ser, según el himno de la carta a los Filipenses. Jesús, pues, más que pronunciarse sobre “quién es mi prójimo” o el próximo a mí, enseña de quién me hago yo prójimo o próximo y actúo en consecuencia: y éste ha de ser quien me necesita y le ayudo. En la comunidad humana todos nos necesitamos, todos necesitamos ayuda, pero unos más que otros.
4 de octubre de 2011
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La “Nueva evangelización para la transformación de la fe cristiana” sobre lo que versará el sínodo de los obispos en octubre de 2012, representa la actualidad de la Iglesia en este tiempo. Una vez pasada la multitudinaria manifestación de la JMJ, toca reflexionar. A ello invita el documento preparatorio del Sínodo, llamado Lineamenta. Su lectura es imprescindible si queremos ir más allá de lo vivido o al menos visto en Madrid. Es el momento de pasar de la imagen al concepto. El documento se lee bien. Sin embargo de vez en cuando nos encontramos con párrafos que quieren decir mucho, pero no sabemos qué ni cuánto. He aquí un párrafo que es un desafío para que sepamos cuál es su alcance. Los lectores que caigan sobre estas líneas mías harían bien aportando lo que les dice o sugiere el siguiente texto: “Es necesario que la práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento proceso de construcción de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite los escollos del sectarismo y de la , y permita en un contexto postideológico como el actual, seguir manteniendo la forma de una Iglesia misionera”. Como el redactor haya previsto la dificultad de hacerse entender, continúa: “En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de figuras, de no perder el rostro de Iglesia .
El texto pertenece al número 9, que se titula “Nuevos modos de ser Iglesia”. Entiendo que no es lo mismo que, “La Iglesia, nuevos modos de ser”...