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Desde lo hondo
14 de diciembre de 2012
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Centralismo, autonomía, soberanía son los términos que revolotean por los medios de comunicación estos días en su dimensión política. Como es frecuente, la dimensión política, la social en general, es un trasunto- una extrapolación- de lo que sucede en el interior de cada ciudadano. En cada ser humano se debate dónde poner el centro de su vida. La respuesta inmediata se inclina a que sea en uno mismo. Se vive para sí mismo. Es difícil perder esa centralidad del yo. Ahora bien el yo exige al tú, al otro. Se ha deformar, pues, una sociedad fruto de una relación sostenible. Introducir a otro en la vida descentra: la circunferencia vital con su centro se vuelve al menos tangencial con otra circunferencia con su propio centro. Es lo mínimo: se tocan en un solo punto. Pero exige no romper la armonía de lo circular. Así, tocándose, las circunferencias mantienen su propia autonomía. Muy fuerte, soberana, porque cada círculo tiene su centro: sus radios de acción, no pueden menos de tender a ese centro. El centro determina el lugar de cada punto, de cada momento de la vida.
Por el contrario si habláramos de círculos concéntricos, el centro sería único, pero en torno a él las circunferencias eran distintas, cada uno en su nivel. En ese caso compartir centro no es perder autonomía, es decir, su ámbito circular. Sí estar constituido en orden un centro común Así el ser humano se ve en el ámbito del círculo que forma la sociedad en sus diversos niveles, vecinal, municipal, regional, nacional.., que culmina en el círculo que abarca toda la humanidad. Insisto, no se pierde autonomía, no es des-centrarse de sí, es compartir lo nuclear, lo hondo y auténtico del ser humano. Para los creyentes en esa hondura está Dios fundamentándolo todo, otorgando sentido y sostenibilidad; en cualquier caso está la condición de ser persona humana. Sin esa referencia el moverse por las circunferencias propias es quedarse en la superficie. Es perder de vista la soberanía del ser –humano- que une desde el centro, para quedarse en la periferia de lo superficial que no trasciende el propio yo: su soberanía se reduce a lo epidérmico. En la dimensión social genera una colectividad excluyente, basada en lo singular más que en la identidad, que en su dimensión más honda siempre es compartida..
3 de diciembre de 2012
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Adviento es espera. Lo que se espera, sin embargo, ya aconteció. ¿Por qué, pues, espera? Se trata de celebrar el aniversario del acontecimiento, que otros esperaron durante siglos. Ahora bien no lo podemos celebrar si no nos introducimos en los sentimientos de quienes esperaban la aparición del Mesías. Cuando se produjo lo tan esperado sólo unos pastores lo celebraron. (También los ángeles). Ahora año tras año, hemos de suplir la falta de celebración de la Navidad cuando está tuvo lugar. Lo que en aquel momento fue un nacimiento insignificante, la vida posterior del niño que nace, su propuesta de humanidad y su versión de Dios, también su fin trágico, se han convertido en razones suficientes para celebrar y agradecer el nacimiento.
Pero hay más y más relevante. El fin trágico terminó en triunfo, en vida. Y una vida que está presente entre nosotros, en nuestra historia. De modo distinto a cómo estuvo presente en los días que holló tierra Palestina, pero presencia real. Hay razón para motivar la espera. Espera que se basa en el deseo de hacerle presente, a él que vive resucitado, en nuestra vida y en nuestra historia. Espera que es esperanza. Es decir: tensión para que Cristo, su evangelio, sea lo que module nuestra vida. Tensión, porque toda esperanza, que no es simple espera, exige esfuerzo, convertir el deseo en acción.
La liturgia nos induce a ello desde el primer domingo de Adviento. El evangelio de este domingo nos habla de una segunda venida, escenificada de modo muy distinto al escenario de Belén. Hubo una primera venida que celebramos, pero habrá una segunda en la que tendremos que “dar cuenta de nuestra esperanza”, de cómo activamos nuestros deseos. Vivimos el Adviento y celebramos la Navidad en la espera tensa de que cada día Jesús nazca y se haga más presente en nuestra propia historia.
Sobre el blog
El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…
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El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…Hasta las personas, de las que parece que sólo cuenta su “perfil”, no logran sustraerse al dominio de la apariencia, la imagen. Resulta algo “contracultural” hablar hoy de hondura. Pero sólo en lo hondo se encuentra la verdad, el misterio de lo personal, la relación con Dios. Este blog es una propuesta para “ahondar” en la realidad. Los dominicos tenemos como lema “veritas”,( verdad). La verdad no se posee como se poseen las cosas. Se busca y se roza. Y cuando se encuentra nos comprometemos con ella. El compromiso con la verdad nos salva del dogmatismo y del relativismo. Y para los cristianos, la verdad nos remite al hecho del amor de Dios con el que nos encontramos en la hondura de nosotros mismos.
Sobre el autor
Juan José de León
Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros...
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Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros. En la Editorial San Esteban ha publicado, Creado y creador. Visión cristiana de la existencia; Seis días en busca de la felicidad. Proyecto evangélico para ser felices y Seis días para repensar la vida.
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