29 de febrero de 2012
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Bastaría decir que la reforma laboral que se quiere introducir en España era injusta para qué fuera desechada. Pero el crítico a tal reforma añade que es “ineficaz e inútil”. Lo de injusta puede deducirse de su formulación. Lo de ineficaz e inútil es un adelanto, espero que justificado en razones potentes, de lo que sucederá: no servirá ni para rebajar el déficit ni para estimular el trabajo. Inútil e ineficaz son dos calificativos, que en el caso que nos trae son convertibles. Lo de “injusto” es distinto. Supongamos que la reforma, en contra de lo que anuncia el calificador, resultara eficaz y por tanto útil, o útil y por tanto eficaz, ¿estaría justificada, aunque mantuviera el calificativo de injusta? O bien ¿dejaría de ser injusta al ser útil y eficaz? Lo que quiere decir: ¿habría que combatir esa injusticia aunque se consiguieran con ella lo que todos desean: superar el déficit y pleno empleo, es decir: éxito económico, acabar con el déficit, y un bien social –sin duda con repercusiones económicas-, poder ejercer todos el derecho al trabajo? ¿O por el contrario, calificarla como injusta es suficiente para rebelarse contra ella, independientemente de los resultados económicos y sociales positivos que pudiera lograr? No alcanzo a juzgar lo justificado que esté señalarla como “inútil e ineficaz”, pero sí veo que calificarla como injusta no puede quedar al margen de que sea o no útil y eficaz. Esta duda permite llamar la atención de que los valores éticos se mueven en distinto plano que los económicos, aunque no sean ajenos a ellos: ellos han avalarlos por encima de otra consideración. No conviene situarlos en el mismo plano.
20 de febrero de 2012
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El carnaval surgió como un contrapunto que prologaba la cuaresma, a base de vivir lo contrario de lo que ella es. La contradicción se cifra en que el carnaval es el tiempo de la farsa y la mentira, de la máscara que engaña: simula lo que no es y disimula lo que es. La Cuaresma es afirmación de lo auténtico, de lo verdadero. El evangelio del Miércoles de Ceniza nos previene de no hacer una farsa de las buenas acciones definitorias de este tiempo: la oración, el ayuno y la limosna. Que los hechos, buenos, no escondan nuestro interior no tan bueno.
La verdad de la cuaresma conlleva que ella es solo camino, no meta. La meta, no es la austeridad, la renuncia, la oración penitencial, ni la limosna. La meta es la celebración de la Pascua de la plenitud de ser definitiva de Cristo; es la entusiasmada oración de acción de gracias por ese triunfo de Cristo; es el intento de una humanidad donde no sea necesaria la limosna, al menos referida a bienes materiales. La verdad, deseada, buscada es la Resurrección, nuestra resurrección. Entendida como vivir los valores de arriba, los superiores, que superan la muerte, de los que Pablo habla a los Colosenses y nos recuerda la liturgia pascual. Valores de arriba que se han de buscar aquí abajo. Ellos nos hacen ser lo que hemos de ser: el valor del amor, de la verdad, de la experiencia de Dios. Impregnar nuestra vida de esos valores, siempre en la limitación propia de nuestro ser, estimulados por el triunfo de Cristo, conseguido por vivirlos en plenitud, es el fin de la Cuaresma.