16 de julio de 2012
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Me ha llegado una larga lista de políticos imputados por corrupción o cohecho o tráfico de influencias o… Quien me la envía dice que es sólo una muestra. La reacción inmediata sería declararos los únicos responsables de la situación en que nos encontramos. Las reacciones inmediatas valen para conversaciones de taberna o cafetería, para la demagogia política, que abunda tanto o más que la corrupción. Si analizamos con serenidad lo que ha sucedido y sucede en la vida “normal”, y damos más ámbito a la razón que a las vísceras, veríamos que, sin restarles responsabilidad alguna a esos políticos: a) son muchos, pero no todos, incluso constituyen un porcentaje no elevado dado el inmenso número de políticos que nos “gobiernan”,-lo cual puede ser también una aberración de la política- y b) Esos políticos surgen de un ambiente social generalizado –normal- que brilla por no respetar las leyes que rigen la economía. Un ejemplo, todos estamos acostumbrados a que cuando adquirimos algo el vendedor de bienes o servicios nos pregunte: ¿lo quiere con IVA o sin IVA? Dan por supuesto que no nos molesta al proponernos actuar irregularmente. O sea: que nos considera uno de tantos que actúan infringiendo la ley en beneficio propio. Y ello se considera “normal”, lo socialmente aceptado. Lo contrario, no plantear la pregunta, sería anormal. Si hablásemos de comprar o vender, por ejemplo, pisos, a la “normalidad” pertenece negociar cuánto se paga en dinero negro…. Lo normal es no encontrarse incómodo en esa negociación. Si se cobrará todo el IVA señalado antes de la subida ¿sería necesario subirlo? En general, si se fuera de verdad honrado, simplemente honrado, lo que todos creemos serlo, o sea: se actuara con transparencia –“en blanco”- ¿serían necesarios los tan denodados “recortes”? Esa honradez ha de pertenecer ante todo a los políticos, pero no sólo a ellos, a todos. Sólo desde la honradez podemos denunciar la corrupción.