5 de agosto de 2012
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El episodio de la llamada “multiplicación de los panes y peces” relatada por todos los evangelios, enseña que cuando se comparte lo poco que se tiene hay alimento para todos. San Pablo decía que nadie es tan pobre que no pueda ser generoso. La generosidad es virtud sobre todo de los pobres. Por una parte los ricos no pueden ser generosos cuando viven para conseguir dinero y no tratan de conseguir dinero para vivir, sino para conseguir más dinero. El dinero es el hilo conductor de vida, los raíles por donde han de discurrir: salirse de ellos es descarrilar en su vida. Por otra parte, porque la generosidad no es proporcional a lo que se da, sino inversamente proporcional a lo que uno se reserva.
En la situación actual de crisis y necesidades hondas en nuestra sociedad, la generosidad ha de esperarse sobre todo de los pobres, es decir de los que se sirven del dinero para un modo sobrio, por tanto humano, de vivir. Ellos son los que tiene alguna experiencia de lo que es vivir en escasez de lo necesario. Es más fiable en el movimiento horizontal entre la gente sencilla–compartir los pocos panes y los pocos peces, que el vertical de los adinerados hacia los pobres. Es cuestión de sensibilidad, saber vivir con menos, de ahí surge la capacidad de ser generoso. También de eficacia, al momento de conseguir recursos: es más eficaz la solidaridad de los pobres que la “limosna” de los adinerados.
¿Qué decir de la representante de ambos, pobres y ricos, la Administración Pública? Condicionada –o determinada- por eso “intangible” e insensible que se llama el mercado, que actúa desde la invisibilidad y, sobre todo, que carece de corazón, y por lo tanto es inhumano: ni piensa ni habla como los seres humanos, ¿cómo van a entender el lenguaje humano, expresión de la condición humana de vida, que emplea términos como generosidad, solidaridad…, que le son desconocidos por no ser científicos?