21 de septiembre de 2012
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Hoy es 21 de septiembre, la fecha convencional del comienzo del otoño. Aunque parece que este año no comienza hasta mañana. El otoño sigue a la plenitud del verano. Plenitud de luz y frutos. Es momento de descanso para la tierra que se ha agotado al dar lo mejor de sí. Pero a la vez el otoño es anuncio e inicio de un nuevo ciclo: la tierra se prepara, se ara, se siembra el cereal. La tierra descansa poco tiempo. El proceso de su fertilidad necesita recibir en su seno la semilla. Aunque luego hiberne en él. Lo que justifica al otoño no es ya descansar de lo conseguido, sino prepararse para una nueva cosecha. Con paciencia, queda tiempo hasta ver flores y frutos. Los árboles se podan para afianzar su frondosidad, su fruto.
A las puertas del otoño nos reunimos unos ochenta frailes dominicos para ver cómo nos organizarnos en España y Portugal ante la escasez de frailes para mantener las numerosas presencias y las diversas misiones, en momentos de escasez. El discurrir humano no es como el de la tierra: no es cíclico, no se reproducen las fuerzas que se van agotando. Frailes en momentos otoñales han de ser sustituidos por otros con fuerza y juventud de primavera. Éstos escasean. El otoño no será solo una estación. Es necesario prepararse para vivir y ser eficaces en épocas otoñales. Habrá que podar para centrarse en lo nuclear. La savia de la vida auténtica debe mantenerse, pero no conviene que se le exija que discurra por demasiado ramaje. Sería estéril. Es necesario quedarse con lo imprescindible para vivir con sentido, es decir, con posibilidades de ofrecer frutos: los que se espera de nosotros, de nuestra peculiaridad de dominicos. Sobre eso se ha reflexionado en ese encuentro de Ávila, presididos por el Maestro de la Orden y sus socios más relevantes
4 de septiembre de 2012
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Se dice que los grandes amores no sucumben tanto ante hechos concretos de infidelidad o de enfrentamientos, ni por distancias entre lo que se quieren, como por la rutina de un afecto que no va a más y que el tiempo va limando. La rutina, es decir, reiterar actos sin mayor reflexión, lleva a entender la existencia al margen de la novedad que ofrece cada día. Desde la rutina lo que acontece se procesa como dato previsto del existir, para que no sorprenda. Lleva la rutina a un existir plano. Así entendida la rutina está impregnada de carga negativa. Las vacaciones tienen como peculiaridad romper la rutina y reconstruir una vida distinta de la del resto del año: horarios distintos, relaciones distintas, lugares distintos, quehaceres distintos: Es tiempo abierto a la sorpresa, a la pregunta sobre qué hacemos hoy…
Las vacaciones terminan y con su fin el inicio de la rutina. Se produce en algunos una especie de depresión postvacacional: por la vuelta a lo mismo. Sin embargo es necesario reivindicar la rutina en cuanto marco establecido en el que nos hemos de mover. Evita que cada día tengamos que construir nuestro horario, nuestros quehaceres, nuestras relaciones… Y permite centrarnos en lo nuclear de los que somos y hacemos, del proyecto concreto de vida, que se ha de realizar dentro de un marco determinado, que sería premioso rehacerlo cada día. Vale esto en el amplio ámbito de nuestro existir. También para nuestra espiritualidad. También la espiritualidad necesita un marco, una rutina dentro del cual insertar los momentos en que la hemos de cultivar. Rutina es también disciplina. Sin disciplina no se avanza en nada serio de nuestro vivir. Tampoco en la dimensión afectiva. Por ello, tras las vacaciones no tiene por qué aparecer una actitud depresiva, sino, por el contrario, el alivio de encontrarse ubicado en su quehacer diario, sin tener que plantearse el marco en el que vivir, sentir, gozar. Y volcarse en cómo hacer mejor lo que cada día hay que qué hacer.