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Desde lo hondo
30 de noviembre de 2013
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“Veo que desconoces -o que no compartes- mi veto al tema de la felicidad como realidad para el presente. Los que me han oído la tabarra correspondiente 'moderan' adecuadamente sus deseos”. Fue la respuesta de un buen teólogo, amigo y compañero además, a mi felicitación tardía en el día de su santo en la que le deseaba “feliz fin del día y que la felicidad se alargue más allá de este día”. El Catecismo de la Iglesia –ética y religión- dice que el deseo natural de felicidad lo ha puesto Dios en el ser humano. Esa afirmación justifica el proyecto, ontológico diría Congar, de ser humano que son las Bienaventuranzas evangélicas.
La felicidad es ese “imposible necesario” dice Julián Marías. Es lo que busca todo ser humano inexorablemente, y por eso en orden a ello ha de constituirse los valores éticos, señala Santo Tomás. Pues ha de ser una felicidad humana, es decir: no una felicidad del león devorando a la presa, sino una felicidad que exige desarrollar lo mejor de nuestra condición: no es un simple “pasarlo bien”. Una felicidad, que, como nuestro ser, no es perfecta ni definitiva pues existe en el ámbito de lo temporal y limitado, pero que mira a adelantar aquí de modo imperfecto lo que para los creyentes es la felicidad plena y definitiva.
Desear felicidad no es desear que todo lo que haya de vivir sea motivo de felicidad, es invitar a que disfrute de lo bueno y bello, sabiendo que es efímero, como los años que se cumplen, y que logre superar el sufrimiento que produce el mal, inevitable en nuestro vivir, también efímero, al darle sentido. Que ni lo bueno ni lo menos bueno o malo le separen de buscar la perfección, siempre inalcanzable, de su ser humano. Que sea feliz en el camino, aunque la meta no se alcance en plenitud.
20 de noviembre de 2013
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Leo en un secular periódico “No es con nuevas ideas y teorías como superaremos esta situación angustiosa. Lo que este momento nos dice es que las ideas y las teorías no nos salvarán…” El autor asegura que la puesta en práctica de las grandes ideas del siglo XIX ha sido la causa de desastrosos resultados vividos, sufridos en el siglo XX. Se alegra el autor de que ahora no tengamos los genios que abundaron en el siglo XIX. En fin, una vez más nos encontramos con la exaltación postmoderna del pensamiento débil, fragmentado. El autor apunta una solución para superar “la angustiosa” situación que se vive- ¿no será una teoría?: ser persona, mejor, ir construyendo nuestra persona y comportarnos como tal. Ser persona es entender la vida desde el amor y la felicidad. Persona es quien se ve feliz en el servicio al otro, desde la bondad. Creo que es fácil estar de acuerdo con esa “teoría” del autor. Las diferencias surgen cuando se plantea cómo conseguir ser persona. El autor señala que para iniciar el proceso de hacerse persona no hay que acudir a teorías, sean religiosas, sean éticas, filosóficas o políticas, basta sentir la belleza, la poesía de ser persona. Lo que exhala la belleza, lo que expresa la poesía no puede ser más que amor, bondad, y por ello felicidad. Nos encontramos con la exaltación de la emoción, del sentimiento, sin bases conceptuales. No las necesitan,son autónomos. Los principios, las éticas, las religiones en muchos casos, dice el autor, “han servido para sellar y justificar la crueldad y la mecanicidad”. Cabe preguntar, sin embargo: ¿La crueldad no tendrá algo que ver con los sentimientos? Llevar una vida mecanizada, que rechaza con criterio el autor, ¿no tendrá que ver con escasez de análisis racional y crítico de lo que somos, de la sociedad, de nuestros proyectos personales, sociales? En el fondo está una cuestión preocupante ¿Para conseguir ser persona es necesario restar ideas, principios para que surja la belleza, la poesía, el amor, la generosidad que define a la persona o más bien servirse de ideas, de principios que fundamenten esos sentimientos de belleza, de bondad, de generosidad que definen a la persona? ¿Se puede progresar en ser persona prescindiendo de factores racionales que conduzcan el proceso?
Boecio cuando definió a la persona como rationalis naturae individualis substantia, “substancia individual de naturaleza racional”, no expresó toda la verdad de lo que es ser persona, habría que añadir la dimensión afectiva –si no está incluida en la condición de racional-; pero prescindir de la racionalidad es exponerse a caer en la esclavitud, en la crueldad, que junto con la búsqueda, -exclusiva, entiendo- del propio provecho, son para el autor la antípoda de ser persona, y que atribuye a los principios éticos y religiosos. Sin ellos, creo, no se construye la persona. Prescindir de las ideas, de las convicciones, es dejarse llevar por la emoción del momento, fragmentar los procesos pacientes de los hondos objetivos, como el de ser persona.
10 de noviembre de 2013
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¿Será verdad que es tan importante denunciar el Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado español, para que sea una exigencia de la pretendida y deseada renovación del partido socialista español? ¿Se conseguirá con ello salir antes de la crisis económica que castiga a tantos españoles? ¿Se conseguirá con dicha denuncia de los acuerdos elevar el nivel moral, la conciencia de ciudadanía, ahuyentar la corrupción de la vida política y económica? ¿Será verdad que sin dichos acuerdos el ciudadano español se sentirá más libre, más integrado en una sociedad democrática y justa? Estimo que la razón del PSOE para incluir en su programa la denuncia de dichos acuerdos será que la respuesta a las preguntas es un SÍ.
Pues bien, tendrá que convencernos con argumentos sólidos el partido socialista de que esto es así. Argumentos que se basen en números, en descripción de los perjuicios que aportan a la sociedad española esos acuerdos, de los inconvenientes que ofrecen para una sociedad más libre, justa e igualitaria, en fin para la felicidad de los españoles. Los creyentes católicos estarían dispuestos, precisamente por ser creyentes, a unirse a la petición del PSOE si efectivamente los dirigentes socialistas aportan argumentos que nos hicieran ver que, una vez suprimidos los acuerdos vigentes entre la Santa Sede y el Estado español se conseguirían esas ventajas sociales, económicas, morales.
2 de noviembre de 2013
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El columnista ha dicho: “para vivir la conciencia de la muerte conviene desdramatizarla o corremos el riesgo de volvernos filósofos”. Afirmación que está cargada de filosofía. Como de poeta y de loco también de filósofo todos tenemos un poco. El poeta tiene algo de loco y mucho de filósofo. Como el filósofo necesita una dosis de locura, de ver a contrapelo, y de poeta: ver más allá de la pura evidencia la hondura de lo sentido. Es una locura hoy dedicarse a la poesía o la filosofía y querer vivir de ello. No deja de ser triste pensar que es un riesgo volverse filósofo. Suena como si dijéramos que es un riesgo volverse ser humano. Es triste decir que somos sólo aquello que nos da de comer: albañil, profesor, médico, sacerdote, jubilado… En la sociedad del pensamiento débil y fragmentado y del valor absoluto de lo económicamente productivo, se entiende que ser filósofo es un riesgo, el riesgo de perder el tiempo en naderías estériles. Pero incluso en esa sociedad es inevitable filosofar buscar las razones de las cosas, las razones hondas como decían los clásicos, las últimas causas –o las primeras, según el punto de partida de la búsqueda-. Y la muerte es un ejemplo. En ninguna cultura se ha entendido simplemente como un accidente fisiológico, un dejar de funcionar lo que funcionaba. Las preguntas sobre la razón de ella están presentes en toda cultura. Y qué puede haber después de ella ha sido la gran pregunta de toda religión. Más aún es pregunta que desencadena el sentimiento de lo religioso. Entender la vida desde la muerte ha sido inquietud de los filósofos del existencialismo de tiempos recientes. Más que desdramatizarla, hemos de saber convivir con el drama, y evitar que sea una tragedia. Para eso necesitamos filosofía y más allá de la filosofía, pero presente en su raíz, fe.
Sobre el blog
El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…
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El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…Hasta las personas, de las que parece que sólo cuenta su “perfil”, no logran sustraerse al dominio de la apariencia, la imagen. Resulta algo “contracultural” hablar hoy de hondura. Pero sólo en lo hondo se encuentra la verdad, el misterio de lo personal, la relación con Dios. Este blog es una propuesta para “ahondar” en la realidad. Los dominicos tenemos como lema “veritas”,( verdad). La verdad no se posee como se poseen las cosas. Se busca y se roza. Y cuando se encuentra nos comprometemos con ella. El compromiso con la verdad nos salva del dogmatismo y del relativismo. Y para los cristianos, la verdad nos remite al hecho del amor de Dios con el que nos encontramos en la hondura de nosotros mismos.
Sobre el autor
Juan José de León
Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros...
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Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros. En la Editorial San Esteban ha publicado, Creado y creador. Visión cristiana de la existencia; Seis días en busca de la felicidad. Proyecto evangélico para ser felices y Seis días para repensar la vida.
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