Reiteradamente se ha alabado el gesto de humildad, de sacrificio, de generosidad de Benedicto XVI al renunciar. Creo que sacrificio y generosidad, también humildad, fue aceptar el pontificado. A su edad ¿qué necesidad tenía de ser “exaltado” a la cátedra de Pedro? ¿No tenía ya cierto derecho a que le dejaran tranquilo con sus libros y su piano? Un cardenal polaco viene a reprocharle su renuncia, porque “la cruz hay que llevarla hasta el fin”. Creo que está bien enfocado el comentario. Pero pierde de vista a la Iglesia por fijarse sólo en el Papa. La iglesia requiere un Papa que “cargue con la cruz” cuando dispone de energías suficiente para llevarla, no para ser aplastado por ella: de ahí la renuncia. No sé si será ingenuidad, pero creo que cualquiera que sea elegido se setaría más a gusto en su vida actual que en la que llevará como Papa. De manera burda entiendo que entre la vanidad y la comodidad es preferible ésta última. Ya sé que no será la vanidad la que le lleve al Papa elegido a aceptar el pontificado: será la decisión mayoritaria de los cardenales, como expresión de la voluntad de Dios. Pero quiero decir que la aceptación exige generosidad, olvidarse de sí mismo, y también humildad para saber que junto al aplauso de algunos, estará expuesto a la crítica de no pocos: sus defectos será más patentes.
Días estos en los que no son pocos los que se atreven a dibujar el perfil del nuevo Papa. Me sorprende cómo se lanzan esos juicios y apreciaciones desde la experiencia limitada al lugar en que se vive, a la iglesia que se conoce, sin pensar cómo diseñaría el Papa el cristiano de Corea, el de Ghana, el de Singapur, el cristiano inmerso en las favelas de Brasil o el teólogo de una Universidad de Japón, o quien en Pakistán vive en medio de un mundo hostil a su fe, o en China la ha de profesar en clandestinidad, o quien vive rodeado de agnósticos en ámbito de honda secularización... Yo confío en la reflexión honrada de los cardenales, que proceden de distintas iglesia y variadas actividades pastorales, de situaciones vitales diversas, de confrontaciones ideológicas variadas. Es el modo de ser mediación del Espíritu Santo.