25 de noviembre de 2014
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La palabra de Dios de estos días finales del año litúrgico se hace incomprensible para la mayoría de quienes la escuchan y para algunos de los que la proclamamos. ¿Cómo podemos lanzar al pueblo desde el ambón las visiones del Apocalipsis, y no ofrecer una palabra que las haga comprensibles? ¿Cómo podemos proclamar los textos de Lucas en los que se confunde anuncio del fin del templo de Jerusalén- que puede que haya acontecido cuando Lucas escribe- con catástrofes cósmicas, que anuncian el final de los tiempos¿?, y sentarnos para meditar sobre ello o seguir sin más la misa, sin intentar si no una comprensión, sí una leve explicación, que impida la exaltación de lo irracional que es proclamar lo ininteligible? ¿Vamos a creer que por ser, como se dice al final de la lectura, “Palabra de Dios” o “Palabra del Señor”, tal palabra tiene un carácter mágico que no necesita ser entendible – un “abracadabra”? ¿La Liturgia, en concreto la liturgia de la palabra, no ha de contar con la elemental pedagogía que exige que se entienda lo que se proclama? Y si el texto es complicado ¿no se exigirá que quien preside la celebración ofrezca ayuda para su comprensión? De otro modo ¿cómo vamos a entender el tantas veces proclamado carácter educativo de la liturgia de la Palabra? Antes como la Palabra se proclama en latín, el pueblo no la entendía, se podía ofrecer cualquier texto, pero ahora, cuando se utiliza la lengua que el pueblo entiende, ¿no habrá que cuidar los contenidos se le ofrecen?