En mis tiempos de profesor de Filosofía a las alumnas de COU, los catorce de febrero me veía sorprendido por el saludo de las alumnas al llegar a clase: ¡Felicidades! Llegaba al aula tras la celebración de laudes y eucaristía en honor de los santos Cirilo y Metodio, patrones de Europa; el oficio divino y la eucaristía eran y son mi referencia respecto al santoral de cada día. Ellas me despertaban a la celebración social -y comercial-, que no litúrgica: era el día de San Valentín. Entiendo que su saludo tenía mucho de ironía y a la vez de compasión de quien no tenía referencia de enamoramiento: nadie que le ofreciera una flor y nadie a quien ofrecerla. En años posteriores, en América, en concreto en la República Dominicana, también me sorprendían tras la misa de las siete de la mañana con el mismo saludo fieles que había participado en ella. En ese caso la felicitación tenía un sentido directo, ya que me indicaban que no era el día de los enamorados, sino el de la amistad. Así nadie tenía por qué quedarse al margen de la felicitación. No sé qué interpretación responde con más precisión a lo que se celebra el día de san Valentín. Pero sí indica cómo en nuestra sociedad se deja para un segundo plano la amistad respecto a otros afectos. Santo Tomás dice que es el amor más perfecto. ¡Él era también religioso! Jesús de Nazaret llamó amigos a sus discípulos. El amor más fuerte, dijo, es dar la vida por los amigos. El estado de gracia es estado de amistad con Dios, según espiritualidad clásica. La amistad ha sido exaltada en la época de la cultura clásica: recordemos a Cicerón, a Séneca, como más cercanos a nosotros. ¿Será que la celebración de la amistad no tiene el tirón comercial que tiene el del enamoramiento? No sé si será así, pero si sé que el sentido comercial es el argumento más potente para las celebraciones sociales.