21 de julio de 2014
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El rezo de laudes no es en la capilla, se necesita un lugar donde se puedan proyectar imágenes. El Angelus se oye y se acompaña la respuesta del locutor, mientras en la pantalla aparecen imágenes de ángeles, de María… Y el salmo primero se recita mientras en la pantalla aparecen imágenes bellas del mar, el cielo, las montañas, los pájaros… El segundo salmo se lee en la pantalla en texto sobrepuesto en nuevas imágenes, y lo proclama. También de ese modo se recita el tercer salmo, siempre imágenes de fondo. La imagen ocupa un lugar esencial, necesita acompañar a la palabra o ésta, quizás, está en función de aquella. El silencio se acompaña de música ambiental, que evita que se oiga en silencio el ruido de quien se mueve en la silla, de quien tose, de la respiración profunda de algunas, el silencio con ruidos “humanos”, silencio compartido. Estamos ante dos “culturas”, si no es mucha palabra, distintas, la de la imagen y la de la palabra, la cultura de lo que debe “entrar por los ojos” y la de la palabra que quiere expresar el misterio tras “escucharlo”.
La fe se nos dice es “ex auditu”. Lo revelado se expresa en palabras. Nueva cultura exige presentarlo en imágenes ¿para que se vea el misterio? Cuando muchos no sabían leer la imagen en piedra o madera, el lienzo, apoyaba la palabra que exponía el misterio. Puede que ahora la imagen asuma todo el protagonismo, desborde a la palabra. Puede que ello encierre el peligro de quedarse en lo que se ve, no en lo que bellamente, pero de modo muy imperfecto quiere mostrar: el misterio de Dios, del ser humano, y de la relación entre ellos. ¿Qué es lo que llega más a lo hondo con posibilidades de quedar ahí: la palabra que expresa de modo imperfecto el misterio o la imagen que lo muestra a los ojos? ¿Se puede pensar en una fe de visu, que “entra por los ojos”?