16 de diciembre de 2015
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Misericordia ¿para quién? Algunos la rechazan: ni la ofrecen ni quieren recibirla: a) lo que quieren es justicia para ellos y para los demás –Juan Bautista- b) otros entienden que cada uno tiene lo que merece o al menos debe tenerlo y si no es así ¡mala suerte!: el molido a palos por los bandidos de la parábola del Buen samaritano tuvo mala suerte, por eso se puede dar un rodeo en el camino y no ayudar al malherido. (“¿Quién es el prójimo? El que actuó con misericordia”).Nota: ¿Cabe misericordia para los bandidos?; d) los hay que rechazan que les compadezcan, es rebajarles, quieren que les dejen tranquilos con su situación “miserable”: por ejemplo, adictos que malgastan su salud. Es un rechazo que en sus diversas causas brota de la autosuficiencia, de una egolatría insular y despreocupación por el otro, no es prójimo o lejano o estorba. El corazón, el que exige la misericordia, miseri cor dare, está anulado. Anulado el corazón ¿qué queda de humanidad?
3 de diciembre de 2015
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Un respetado y querido fraile de la comunidad comentaba lo que sucedía a otros dos. Al desplazarse por el convento era fácil que te encontraras con otro, pequeño, delgado que te miraba desde un rincón inesperado; otro fraile, sin embargo, de elevada estatura, te lo encontrabas, tropezando con él, dejándose ver con la mirada perdida, que en nadie se detenía. Lo que se dice de la visión puede decirse del oído. Los hay que escuchan y raramente se dejan oír, y quienes hacen lo posible por hablar sin atender a los que demás puedan decir. Bonhoeffer decía que nadie debe pronunciar una palabra que venga de Dios, sin esforzarse previamente en tener los oídos de Dios. Los pacientes oídos de Dios…, que además no necesita oír para saber. Pienso que el levita y sacerdote de la parábola del samaritano se dejaban ver, pero no estaban interesados por lo que pudieran ver... “iban a los suyo” El samaritano de caminar anónimo vio al malherido, que casi no podría verle a él, y le atendió. Cierto que nuestra religión, nuestra fe, no tiene por qué ser de catacumbas, que es necesario hacerla visible. Pero antes debe ver y escuchar al otro. El otro debe ser también visible, no un árbol en el camino, al margen de él, mientras vamos a lo nuestro. El que está al borde del camino nos ha de interesar: ir a lo suyo, no es caminar a ciegas sin mirar a lo que está a la derecha o izquierda de nuestro camino. La importancia del fin del camino no debe excluir que pase inadvertido lo que le encuadra. El paisaje no es indiferente al caminante. Caminar hacia la vida eterna exige implicarse en lo que es de esta vida.