22 de agosto de 2015
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¿Quiénes constituyen la gente? Los que no son yo o mi entorno más cercano y de trato más directo. Por lo tanto los menos conocidos por uno. Sin embargo a la gente le asignamos modos de ser y de actuar con gran facilidad. La gente es, cree, actúa, entiende… es modo corriente de hablar. El concepto de la gente suele pecar de negativo. (Para positivo está cada uno de nosotros). La gente es la “calle” o “la ciudadanía”, cuando se trata de tertulianos, de improvisados analistas de la realidad social. No existen reparos para interpretar lo que la gente, la calle, quiere, desea, su modo de ser, sus intereses, sus vicios…Si la gente es el otro, todos somos gente, menos para nosotros mismos. Como es imperioso el verse mejor, a la gente se le aplica lo menos bueno. Así nos sentimos singulares y mejores que el resto. El fariseo de la parábola se veía como distinto del resto de los hombres, como la gente: “ladrones, injustos, adúlteros”, “corruptos”…, diríamos hoy. El sentido del término y el uso que se le da es contrario al término prójimo, cercano, alguien de nuestra vida. Surge de sentirse lejos de considerarse “uno de tantos”, como se presenta a Jesús en la Carta a los Filipenses. Aceptemos excepciones. Por ejemplo la expresión usada con frecuencia en Hispanoamérica: “ser buena gente” aplicado a quien es visto como buena persona. O las personas “crecemos a través de la gente”, como se traducía el poema de John Lennon. La gente nos ayuda a crecer. Entiendo que no como reacción a lo que percibimos en el otro, sino como estímulo positivo que del otro dimana.
17 de agosto de 2015
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La palabra inventada para señalar lo perjudicial de los recortes sociales que se han venido realizando, me parece un abuso lingüístico y anuncia un desenfoque humano, social, que llevar a situaciones semejantes a las que provocaron la crisis económica: demonizar la austeridad y apostar por el consumismo, como estilo de vida y factor de de desarrollo económico. La austeridad no mata, sino que lleva a preocuparse por lo esencial del vivir, de vivir humanamente, y a saber dejar de lado lo superfluo. Es una apuesta, pues, por lo que humaniza nuestra vida. Es contraria a la miseria que impide disponer de los medios esenciales para vivir humanamente. La austeridad no es miseria o pobreza extrema, como se dice. Es contraria a la vez a la necesidad de rodearse indiscriminadamente de más bienes, más comodidades, de dejarse llevar por “lo que pide el cuerpo”, olvidando las necesidades de la dimensión espiritual, aunque encarnada, del ser humano. Impide saber disfrutar de lo que hay a causa de la tensión de querer más: más dinero, más placer inmediato, más comodidades, más bienes materiales o mejores. Cierto que “austero” tiene diversas acepciones en el Diccionario, la acepción a la que me refiero es la de “sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alardes”. Que resumiría en ser “sobrio”. La sobriedad es la virtud que nos lleva a buscar lo esencial de lo que somos y necesitamos. Eso es austeridad. Es fuente de vida –humana-, no de muerte.