“No seguirás en el mal a la mayoría: no declararás en un proceso siguiendo a la mayoría y violando la justicia” (Éxodo). En política la democracia exige que la mayoría tenga la palabra definitiva. Esto puede ser aceptado con tal que la palabra no se refiere a lo que es verdadero o falso, bueno o malo, sino a lo que la mayoría entiende como tal. En época de relativismo y de pereza para buscar la verdad la mayoría facilita las cosas. Lo que la mayoría entiende como políticamente correcto es también lo verdadero. Las estadísticas o las urnas tienen la última palabra. Y a veces la única. ¿Para qué seguir indagando lo verdadero o lo bueno? La indagación ya es inútil. Confundir los planos de lo viable socialmente en medio de opiniones y opciones muy diversas y el de la verdad o bondad es una tentación con muchas probabilidades de que se caiga en ella. La mayoría, sin embargo, no suele estar constituida por quienes se toman en serio la búsqueda de lo verdadero y lo bueno, sino por quienes acogen informaciones, escuchan promesas, aceptan valoraciones de corto recorrido previo y que se refieren a cortos plazos de la vida social. La fuerza del número de pensantes es mayor que la calidad del pensamiento. Con el apoyo de la mayoría se pueden tomar decisiones, juzgar conductas, proponer modos de vida sin miedo al error, con certeza y seguridad. Se conseguirá el aplauso de la mayoría. Que es lo que se pretende; pues en el apoyo de ella reside el valor de lo que se decida o afirme y el prestigio, el poder, la aceptación social. La denuncia del Éxodo es antigua, tan antigua como en la historia humana las desviaciones, en la búsqueda seria de la verdad y la justicia, hacia lo fácil y el aplauso.