2 de julio de 2016
0 comentarios
Estos días poco que camines por Madrid es factor de abundante transpiración. Lo poco que caminé fue para no esperar los minutos que faltaba para tomar un autobús urbano y seguir a estaciones posteriores a subirme a él. Subir al autobús acalorado, sudando es enfrentarse a la hostil artificial temperatura del aire acondicionado: la traspiración se convierte en baño en agua fría. El cuerpo protesta. Protesta, pero se acostumbra. Todo cambio tiene algo de ruptura, aunque sea pura evolución o involución, es perder un poco el pie, implica cierto nivel de inseguridad, desajuste existencial. Cuando es ineludible, si se quiere conseguir algo - bajarse del autobús me dejaría lejos del lugar del destino- el esfuerzo que se ha de hacer es aceptarlo. El enfrentamiento, sea verbal –la protesta-, sea de “más que palabras”, no es lo más eficaz. No suele conseguir el objetivo y sí genera tensión arterial y psicológica. Un cambio duro es pasar de sentirse los vencedores en por ejemplo una consulta popular, a verse simplemente frustrado, porque ese sim-pático pueblo –digo simpático porque se creía que sin-tonizaba con personas y propuesta, o, como ahora se reitera, había muy buena química con ambas. Es necesario saber convivir con el ambiente frío del aire vigente. También tiene ventajas.