22 de agosto de 2017
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La subida es exigente, unos 500 metros de desnivel en dos kilómetros y medio, bajo un fuerte sol, a veces filtrado a través de las hojas de la abundante vegetación que bordea el camino. Antes se habían andado tres kilómetros y medio siempre en suave pendiente ascendente. Cuando ya se han cumplido los ochenta años y son casi ochenta y cuatro los kilos del senderista sometidos a la fuerza de la gravedad, es necesario sufrir para conseguir lo que se pretende. Se sufre y se consigue. El senderista es acompañado por un veterano montañero. El montañero sube y habla, se detiene a contemplar el paisaje y reanuda la marcha cada poco. El senderista es más bien diesel.: no le viene bien detenerse, sino mantener un ritmo –lento- de subida y, esto es relevante, en silencio: hablar consume energías. No es fácil compaginar estilos de subida: el montañero, de fácil y amena conversación, invita a contemplar el paisaje, que desde luego merece toda contemplación; inicia conversaciones sobre el nombre de todos los picos y aventuras pasadas en su ascenso; y no faltan las reflexiones sobre la suerte de vivir en ese paradisíaco lugar. El senderista escucha y sólo cuando lo exige la mínima educación responde con pocas palabras. El montañero adelanta al pesado y sufrido senderista. Cuando culmina éste la dura cuesta, el montañero le espera agasajándose con unas moras de zarzamora. Ya se puede hablar, la senda llega a un cierto llano. El montañero se sorprende de sí mismo: “el caso es que no estoy cansado y voy a cumplir noventa y un años dentro de dos meses”. Llegada a la meta, el senderista se siente al borde de sus fuerzas vitales. El montañero mantiene su atractiva conversación. Si no colabora mucho en la preparación de la comida que repara fuerzas, otros se encargan de ello, será quien lave la vajilla e instrumentos que han servido para la paella, el café… Y luego la bajada: empinada, que realiza con agilidad juvenil, mientras que el senderista va con la lentitud que exige, controlar la fuerza de la gravedad y pisar con seguridad.
3 de agosto de 2017
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Lo contrario de la posverdad no es la verdad absoluta, sino la búsqueda de la verdad fuera del carácter absoluto, que se deja para la llamada verdad plena, que no pertenece al ser humano, al menos en esta vida. A no ser que se busque una verdad matemática, como la de que dos más dos son cuatro; (y aún así algunos matemáticos dirían “según y cuándo y cómo”). Porque la verdad que interesa es la verdad cargada de vida humana, por lo tanto sometida a la historia. No es relativismo o puro historicismo, sino una verdad existencial sobre realidades que admiten diferentes perspectivas. La verdad está en la mente humana, ella es la que dicta la qué es verdadero, y la mente humana es la mente de un ser el humano que se va haciendo –a veces deshaciendo- en la historia, que no se mueve en el ámbito de la ideas separadas que se atribuían a los ángeles, sino que es mente encarnada. La verdad del dolor, su sentido, no es la misma para quien disfruta de la ausencia de él, que para quien es una constancia en su vida. Ninguno de los dos tiene fácil llegar a la verdad. Lo equivocado de la posverdad es el carácter absoluto, como fin de proceso que se le quiere dar. No hay post-verdad porque no se ha llegado a la verdad, al menos en sentido pleno. La posverdad es quedarse en la adolescencia y no caminar hacia la juventud y la madurez de vida.