11 de marzo de 2018
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“Nunca llueve a gusto de todos”, es dicho popular. En medio de estas borrascas no siempre llueve la cantidad que deseamos, se puede sobrepasar lo necesario o quedarse corta la lluvia. Tampoco llueve lo mismo en todos los lugares en nuestra geografía española. Como tampoco todos los lugares tienen la misma necesidad de agua. Pensemos por ejemplo en los diversos cultivos. En concreto en esos cultivos que exigen sol, temperaturas moderadas y a la vez agua. En este caso no se puede esperar que toda el agua les venga del cielo, no viene la suficiente, ni llueve cuando es más necesaria la lluvia, ni del modo que pueda ser aprovechada; necesitan almacenar agua para los momentos de escasez. Pero su “almacén” con frecuencia está bastante vacío, no hay de dónde sacar el líquido necesario. A la vez en otros lugares el agua es un regalo dulce que se hace al mar de agua salada, que no sé si lo agradece o lo aguanta. Surge así la gran cuestión: ¿no se podría compartir el agua para que hubiera la suficiente para todos? La propiedad privada –el río es mío y para mí- tiene mucha fuerza. En general más que el bien común o la propiedad con dimensión social. Con ello lo que se plantea es un modo de ser y vivir en sociedad, o sea: de saber llevar una vida humana, que, por ser humana, tiene esa dimensión social. Se trata de vivir como lo que somos, humanos, no como lobos (Hobbes). ¿Existe la disposición y la decisión para abandonar su condición humana y optar por la de lobo?
3 de marzo de 2018
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La revista Vida Nueva se ha atrevido a pronosticar cómo va a ser la Iglesia de dentro de treinta años. Los autores de los pronósticos parten de que los movimientos actuales en la Iglesia y la sociedad se mantendrán y se acentuarán siguiendo una línea continúa durante esos treinta años. De este modo es fácil prever una Iglesia con menos presencia en la vida social, con un número muy inferior de sacerdotes, con una vida consagrada con muchos menos integrantes tanto de mujeres como de varones, con una presencia mayor y más cualificada de laicos en la vida de la Iglesia; con una mayor presencia de la mujer, que, al mantener la línea de digna reivindicación de la mujer, puede llevar a saltar a ejercer el ministerio presbiteral; a su vez por la presión ya existente y siguiendo otros modelos que existen en la iglesia católica, no exigirá el celibato para ejercer dicho ministerio.
Prever todo esto no parece demasiado aventurado. Pero se parte de una premisa: los cambios que ahora se observan no tienen vuelta atrás, porque se apoyan en un ambiente social y en unas ideas que surgen de él y los consolidan sin retorno posible. No sé hasta qué punto la historia está a favor de esa premisa o más bien nos muestra que existen “conquistas definitivas”, pero también vuelta a tiempos anteriores, mejores o peores, distintos en cualquier caso. Ante la velocidad que se dice y experimentamos que evoluciona la sociedad habrá que estar preparado para lo imprevisible en el sentido etimológico del adjetivo: lo no era previsible.
Aunque en estos tiempos, existan experiencias que no apoyen jugarse todo a previsiones en la línea de lo actualmente dominante. Hemos experimentado crisis económicas que, por lo visto, eran imprevisibles, ascensos al poder de personas por las que tiempo atrás nadie apostaba, reacciones en la misma Iglesia que se han detenido en tiempos pasados, fieles cristianos, a veces eclesialmente cualificados, e instituciones eclesiales, que se negaban a aceptar los cambios habidos. Lo pendular también es un movimiento presente en la historia de la Iglesia.
En cualquier caso, bien esta prever…; pero con humildad, la que exige adelantar cómo será el futuro no tan inmediato. La humildad siempre denota inteligencia y viceversa. Ambas impiden moverse entre el miedo a la catástrofe con aires apocalípticos, y la ilusión de soñar “despiertos” en el paraíso futuro. Siempre esperanzados, nunca ilusos.