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Desde lo hondo

Más sobre el "yo"

26 de septiembre de 2018 1 comentarios

Más sobre el “yo” Al menos en dos posts he insinuado algo; (en los posts se insinúa no se puede fijar teorías), sobre el “yo”. Esquirol lo reduce a las “afueras”, a las peripecias del vivir; Musil a sus atributos. El sujeto de esos atributos es sujeto gramatical, no real. Berger aborda algo de esto. En línea distinta. Exige la existencia de un “yo”, “solitario”, o sea no reducido a la entidad social a la que “pertenezca”. Un yo “existencialista” que se ve libre. En la visión pesimista de Sartre, “condenado a ser libre”. En el ámbito de la sociología de lo religioso, que cultiva Berger, el yo a veces queda perdido en la secta. Si libertad, sometido a las exigencias sectarias y a la dependencia de quien es “dueño” de ella. En el ámbito de lo religioso Berger recuerda que para que haya religión es necesario la referencia a lo transcendente, al Trascendente. Como entre paréntesis ofrece unas consideraciones sobre celebraciones cristianas, que resumo. La referencia a la transcendencia no sucede cuando el culto es una fiesta entre amigos, que con sus cantos, sus efusivos gestos de amistad, sus lecturas, su tono distendido de relación muy “normal” y “cotidiana”, dejan del lado el misterio que es lo que les convoca –por ejemplo en la eucaristía- y… “lo pasan bien”. ¿Dónde lo transcendente, El Trascendente? En las celebraciones cristianas se puede tener en cuenta que ese Transcendente está en los reunidos en su nombre, en la comunidad. ¿Reunidos en su nombre? ¿O bien Dios es “excusa” para pasar un momento agradable? Se puede apuntar: al fin y al cabo la eucaristía es una fiesta que se “celebra”. ¿Qué se celebra? Esa es la pregunta. La respuesta no puede obviar el misterio de una realidad empírica que se actualiza; pero la dimensión de esa una comida y que se “actualice” pertenece al misterio, nos acercamos a ello desde la fe. Ahora bien la modernidad deja de lado el misterio, la fuerza de la razón construye su propio discurso; la postmodernidad no quiere discurso, sólo relato. En la modernidad se activa el yo-razón, sin transcendencia. Todo termina en el yo libre y solitario. En la postmodernidad ese yo está diluido, no tiene entidad. En ninguno de las dos opciones ha lugar a relación alguna con la trascendencia. Berger ante el olvido de la trascendencia concluye: "sin Dios no puede existir ningún yo". Y hace suya la reiterada afirmación de Dostoievski, “si Dios no existe todo está permitido”. Y es que si ni el yo ni Dios existen, los preceptos morales, como los derechos y deberes de cada individuo, son resultado de convenios, que reglamentan cómo circular por la vida sin que tropecemos unos con otros y se pueda vivir de manera “correcta”. Y estos convenios pueden permitir lo que decidan quienes los firman en un momento dado. Y están a expensas de cambios de opiniones y de individuos que acuerden lo permitido.

Dicho todo esto, que es demasiado para un post, pero mínimo para generar una teoría, como “descripción” de lo que hay, de lo que se dice y escribe. Y si algún fin persigo es que se piense sobre ello, y cada uno vaya formando su opinión.



Filosofía Intercultural

20 de septiembre de 2018 1 comentarios

Raúl Fornet-Betancourt cultiva lo que llama Filosofía Intercultural, que viene a ser, salvatis salvandis, la visión filosófica, “ilustrada” de la Teología de la liberación. Su Filosofía Intercultural implica: no usar como único argumento la razón de la filosofía académica; no hacer una filosofía de sujeto individual, sino de alguien que siente el contexto social; y no fiarse sólo de lo escrito, sino de la tradición oral. La Filosofía Intercultural ha de confrontarse con “la tendencia real de la expansión del desencanto, del desánimo, de la indiferencia, del aumento de la frialdad social, de la resignación del sentimiento de impotencia, etc”. No le es fácil, pues de desarrollar una filosofía que ha de asumir como fin y razón de ser construir una sociedad que sepa convivir en su diversidad. Su misión “no se agota en el esclarecimiento de los conceptos ni en la precisión de categorías, como tampoco en el perfeccionamiento del arte de la argumentación”. La filosofía ha de “articularse como una fuerza de motivación para el corazón humano, que sea capaz de emocionar al ser humano para comprometerse con la comunidad en la lucha por la buena convivencia, por una vida justa y solidaria (Concilium, junio 2018, pg. 3/69). Algo que puede beberlo en la tesis de Marx para quien la filosofía no debe preocuparse de entender el mundo, sino de transformarlo. ¿Es demasiado pretencioso conceder esa tarea a la filosofía? Creo que no. La cuestión que se plantea puede que sea de plazos. También es creíble la expresión: “nada es más práctico, eficaz, que una buena teoría”. Se es víctima de la premura de nuestros tiempos al buscar atajos para solucionar sus problemas. Fue quizás el error de las revoluciones. Cuando las emociones que nos provocan tantas situaciones de desgarro en el mundo de hoy no nos dejan procesarlas, sino que buscamos la solución inmediata, se puede tener éxito también inmediato, pero no será fácil universalizarlo ni consolidarlo. Cuando se “hace” filosofía académica, se esclarecen conceptos, se precisan categorías, se cuida la argumentación, quien la hace es un ser humano, que vive y convive en un mundo concreto, por el que es interpelado, y no lo pierde de vista; sino que es ese mundo quien le lleva a “hacer filosofía”. Sería triste y no filosofía humana si no fuera así. Pues bien, los “conceptos esclarecidos”, “las categorías precisadas”, “la argumentación bien construida” tienden a lo universal, a ser compartidos por lo demás, con más fuerza que las emociones y las motivaciones individuales. La corriente posmoderna a la que pertenecen la situaciones con las que ha “confrontarse” la Filosofía Intercultural que el autor señala, se inclina más por que sean las emociones quienes conducen el pensar. De ellas, cierto, no se puede prescindir, han de motivar la filosofía, nos han de “hacer pensar”, y pensar cómo actuar. Pero primero pensar. Sin la urgencia del carpe diem se puede ser más eficaz.



La blasfemia

16 de septiembre de 2018 0 comentarios

Cuando se blasfema, cuando se desprecia y se hace burla de lo religioso, de las creencias profundas de personas, como son las religiosas, esa ofensa no llega a la divinidad; sí llega a sentimientos hondos de la persona, los religiosos, ella es la ofendida. Lo más sagrado para la fe cristiana es persona humana. La injuria a lo religioso, pues, no lo es a la religión en dimensiones abstractas, sino a la persona religiosa: son los creyentes los ofendidos. Creyentes que aceptan que otros no crean lo que ellos creen, pero que tienen derecho a ser respetados. Se trata, pues, no sólo de verdades que se aceptan o no se aceptan, sino de sentimientos íntimos, que no deben ser profanados. Digo profanados, que es el término que se aplica al atentado contra lo sagrado. Lo sagrado no es tanto el templo ni el cáliz, y sí la persona y, por ello, los sentimientos constitutivos del ser personal. Cuando la blasfemia la proclama alguien para quien no existe ese Dios al que denigra, es evidente que quiere dirigirse a quienes sí lo tienen incorporado a su vida. Cuando los sentimientos religiosos se han hecho desaparecer, es fácil no captar el relieve que tienen para quien los mantiene. Cabe la posibilidad de que estemos en el ámbito del “que no sabe lo que hace”. Otras veces si sabrá lo que hace y lo que quiere es ofender, en el caso al que me estoy refiriendo, a quienes sienten lo religioso, en sus diferentes versiones. Despreciar lo que se ignora o no se valora y pasar al insulto no es civilizado. Una sociedad que se quiere construir sobre el respeto a cada ciudadano, a lo entrañable de su ser como son los sentimientos, debe rechazar la injuria a esos sentimientos. No se trata de que la sociedad tome partido por Dios, sino por quienes quienes la conforman, por los ciudadanos.


Vacaciones

13 de septiembre de 2018 0 comentarios

Ya a nuestras espaldas, en este tiempo más denso y serio, deben ser valoradas desde esa seriedad. Sin nostalgia ni síndrome postvacacional. Las vacaciones oxigenan la mente. Son más de la psiquis que del cuerpo. Aligeran, a expensas de acontecimientos imprevistos, la seriedad del vivir y de pensar. Y no es tiempo de frivolidad. La intensidad de pensar y vivir exige tiempo, tan humano como el propio de esa intensidad, que es el vivir más en el detalle de lo ligero, y disfrutar de ello. Ofrece lugar para sentir lo que puede pasar si no desapercibido, levemente percibido en plena actividad, como el paisaje que nos rodea, el que ofrece la naturaleza y el conformado por las personas del entorno, al contactar con otras distintas, más diversas e imprevistas. Los romanos entendían que este tiempo de “otium”, implicaba el retiro de los negocios “nec-otium”, públicos y políticos; era tiempo “libre”. También de paz y sosiego, por ejemplo separado de la acción de las armas. Hablaban de “otium litteratum”, tiempo dedicado a las letras. Era tiempo de descanso porque se distanciaba del quehacer diario, pero no era necesariamente “il dolce far niente”. Su concepto del ser humano no era el de productor que en la modernidad se ha desarrollado tanto: la esencia del ser humano es el trabajo, entendía Marx. En estos tiempos de eficacismo valorado en dinero el espíritu de las vacaciones no debe olvidarse. Es nuestro tiempo, tanto como el tiempo de producción


Sobre el blog
El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…

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Sobre el autor
Juan José de León

Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros...

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