21 de enero de 2019
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Nada más escribir el título me siento incapaz de en pocas líneas decir algo de interés. El autor que tengo ahora entre manos, Peter L. Berger, en su obra Una gloria lejana, dice; “En mi opinión la fe cristiana propone una actitud moral que no es legalista ni utópica”. Quizás al hablar de actitud prescinde de las consecuencias de la acción –o la inacción-, se queda en una disposición interior. Y sí es en el interior donde reside la cualidad moral. Si fuera legalista lo que nos dejaría éticamente satisfecho es haber cumplido la ley. Si la ley es “divina” no cabe la pregunta sobre si es ley justa. Se va a misa los domingos por cumplir la ley eclesiástica que legisla cuándo y cómo aceptar el mandato de Jesús “haced esto en memoria mía”, o sea la necesidad de introducir la eucaristía en la vida cristiana. La utopía se refiere a algo inalcanzable, pero que no es ilusión, existe la posibilidad y la exigencia de acercarnos a ello. Si buscamos lo utópico en el caso de la eucaristía la celebraríamos cuando estábamos embargados por los sentimientos que movieron a Jesús para celebrar la última cena: “habiéndolos amado mucho, los amó hasta el fin”. Si falta ese amor diría el utópico radical ¿para qué celebrar la eucaristía? Existe una respuesta: “se celebra la eucaristía para aproximarse más a esos sentimientos de Jesús, con la conciencia de que queda amplio margen para conseguirlo”. Esta respuesta se aparta de la razón legal que se reduce a decir: “voy a misa los domingos porque es un mandato de la Iglesia”.
En la respuesta no legalista se introduce, pues, el sentimiento. Esto nos lleva a hacer presente la distinción de Max Weber, refiriéndose en concreto a la ética política, entre moral de sentimientos y moral de responsabilidad. Y entraríamos en una dilucidación harto compleja. Si bien de gran interés. Que en un resumen precipitado se plantearía así: ¿puede el responsable político dejarse llevar por sus sentimientos más nobles si ello conlleva prejuicio para los ciudadanos? Como por ejemplo: ¿la misericordia ante el delincuente, o el rechazo de todo sentimiento que implique violencia hacia el otro se ha de mantener, si se impide la disuasión de delinquir y de atentar contra los derechos de los ciudadanos? Las grandes cuestiones, las más hondamente humanas cuando pisan lo real sigue siendo cuestiones, no dejan de serlo para convertirse en soluciones. Pero nunca se ha de concluir que no haya que plantearlas.