21 de septiembre de 2019
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El alcalde de una ciudad española, que ha cumplido los setenta años, oye del periodista que le entrevista que se le reprocha porque estaba “chapado a la antigua”. Él lo reconoce: es lógico, dada mi edad. No sería lógico que fueran jóvenes los que “estuvieran “chapados a la antigua”. La expresión no deja de ser curiosa. La chapa es lo periférico, lo que cubre lo que hay. Los automóviles han cambiado la chapa. Antes era sólida, consistente, y ofrecía seguridad. Ahora es más liviana. Eso permite que el automóvil con la misma potencia se mueva mejor, y obedezca con más prontitud a lo que se pide de él: ha reducido la inercia. Pero protege menos en caso de choques. Sufre más la chapa y protege menos el interior del vehículo y a los que lo están utilizando. Es menos seguro. Está chapado, no “a la antigua”, sino a la “moderna”. Lo consistente, lo que ofrece más seguridad ha dejado paso a lo liviano, menos seguro, pero más ágil, más rápido..., y también más fácil de reponer, de enmendar desperfectos.
¿Vale eso para la vida? ¿Sirve para que nos preocupemos de qué buscamos: consistencia, seguridad, o más bien ligereza en el peso del vivir y en la velocidad a que se vive, aunque los choques vitales lleguen más al fondo, no se queden solo en la “chapa”?
Y si nos da por ahondar más sobre la expresión: pasar de lo antiguo a lo moderno ¿es sólo cambiar la chapa: la apariencia, lo visible; o es ver y entender la vida de manera distinta y situarnos de modo distinto ante ella? ¿El aprendizaje del vivir va a ser solo cuestión de acomodar la chapa o hay que atender al motor, el móvil esencial de la existencia de cada uno, y al volante que nos ayuda a dirigirla bien?
El tiempo se encarga de cambiar la chapa. Nosotros tenemos la responsabilidad de cambiar lo que nos mueve a seguir viviendo, y de preocuparnos de cómo hemos conducirnos en la vida, cómo tomar las curvas, cuándo habrá que frenar o acelerar, quizás aparcar; a qué velocidad hemos de movernos; y cómo acometer las reparaciones que sean necesarias, más que de chapa, del motor.
19 de septiembre de 2019
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Comienzo de curso. Los comienzos de curso en el mes de septiembre son vividos en amplios ámbitos sociales, con más fuerza que el comienzo del año, con el cambio de dígito al numerar el año. Es tiempo del esfuerzo inicial para reemprender el camino. Puede ser un camino “trillado”, recorrido con antelación; o puede ser un camino nuevo. La dureza de los inicios se hace presente. Pero con la dureza la ilusión de un nuevo curso después de la interrupción del verano. ¿Nuevo? Más o menos. Pero menos nuevo de ordinario que lo que llamamos “Año nuevo”, porque se ha cambiado una cifra. La novedad siempre es real en el sujeto que inicia el curso. Siempre alguna nueva experiencia ha modificado la actitud del caminante para que cada curso sea diverso. Si no se ha producido novedad en el dinamismo de lo externo, sí ha podido tener lugar en el dinamismo interno: mayor experiencia, menos o más fuerzas, ilusión renovada o aminorada, cambios en los compañeros de camino, etc. En cualquier caso, siempre hay que comenzar. Y mejor si se hace con ilusión, Ilusión apoyada en la realidad. Realidad que se manifiesta en encontrar sentido al camino que se emprende. “Sentido”, porque se sabe a dónde conduce el camino, el curso, qué se pretende. Nos encontraremos con situaciones inesperadas, la programación del curso se podrá frustrar por ello, pero no se va a ciegas, a “lo que salga”.