11 de febrero de 2020
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Si no tienes opinión quedas fuera del grupo que se comunica. Opinión ¿sobre qué? Sobre todo. Quien no tiene opinión es un marginal. ¿Y la “docta ignorancia” de la que hablaba Nicolás de Susa? No se entiende: la ignorancia nunca es docta. Favorece esto la degradación de la verdad convertida en posverdad. La verdad exige esfuerzo, honradez y tiempo. La posverdad solo tener conciencia de lo que a uno le interesa. La fabrica el sujeto. Esto se aplica a “lo humano y lo divino”, como suele decirse. Tampoco cabe el misterio.
Se dice, con acierto, “de sabios es rectificar”. Pero más de sabios es esforzarse dándose tiempo, tras la búsqueda de información, y desde la humildad que le revela sus limitaciones, señalar que no se tiene opinión sobre todo. Y guardar silencio. Silencio de escucha, de búsqueda, de reflexión y discernimiento. Es la “docta ignorancia”, frente a la frívola opinión.
3 de febrero de 2020
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Hubo tiempo en el que se insistía en que la palabra “crisis”, indicaba que se estaba en situación de discernimiento, no tenía sentido alguno negativo. Así la crisis que puede existir en la vida religiosa o en la misma Iglesia, se interpretó como tiempo de análisis, de reflexión, que podía desembocar en una vida religiosa más auténtica en una Iglesia más fiel al proyecto de Jesús de Nazaret. Cuando , sin embrago, se produjo la crisis económica del 2008, el término no indicó otra cosa que una situación calamitosa de la economía.
Si habló de crisis de la Filosofía, me gustaría que se entendiera como invitación a discernir sobre la Filosofía hoy; pero me temo que indique más bien una tendencia a degenerar el pensamiento propiamente filosófico. En concreto a no plantearse la grandes preguntas que generaron la filosofía. Lo que Aristóteles llamaba las últimas causas. Últimas en el conocer, primeras en la realidad.
O sea preguntarse por el sentido de vivir; o por la razón y la misma causa última de lo existente. Plantearse una antropología que no se reduzca a zoología, con peculiaridades de la raza. Superar lo empírico y aceptar que los sentidos son imprescindibles para nuestro conocer, pero no lo culminan necesariamente. Que existe cuestiones, como, por ejemplo, las éticas, cuya valoración no puede cifrarse en cómo se las valora socialmente, correctas o no correctas, según esté de acuerdo con la opinión generalizada “vulgarizada”. En fin, tener la convicción de que existen cuestiones, que ni la observación sensible, ni el razonamiento formal, pueden resolver. Que es necesario acudir a otra dimensión del pensar; el que se llamó filosofía.
La crisis de la filosofía arrastra la crisis de lo religioso, cuando la religión no se reduce a actos cultuales o a devociones urgidas por diversas necesidades. Si nos preocupa el laicismo como única mirada auténtica de nuestra realidad; hemos de pensar que en la base está la crisis del conocer filosófico.