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Desde lo hondo

Rebosantes de noticias

26 de febrero de 2021 0 comentarios

¿Merece la pena alimentarse de tantas noticias como se nos ofrecen? La pregunta tiene una respuesta fácil a simple vista: nadie obliga a leer prensa, oír la radio, ver televisión, o mantener conexión con redes sociales. Pero sería respuesta si la pregunta se hiciera como queja. Mas podemos plantearla como objeto de análisis. La cuestión, entiendo, no es la cantidad, sino la calidad de las informaciones, opiniones, que están con que nos asaetan los medios de comunicación social. De manera más precisa hemos de cuestionarnos qué tienen de verdad. ¿Se distingue rumor de noticia contrastada o se sirven ambas en la misma mesa a la vez? No se trata tanto de leer, escuchar, ver tantas informaciones, sino de analizar nuestra actitud ante ese desborde de noticias. ¿Qué deseo y capacidad tenemos para discernir su origen, su relieve para la vida individual o social, su veracidad? En este supermercado de noticias es necesario, que nos preocupemos de su origen, su composición, su modo de usarlas - o de “consumirlas”-, para qué pueden servir… Es mucho más lo que no adquirimos en el supermercado, que lo que compramos. Y no es solo cuestión de precio, - las noticias en gran parte se no ofrecen gratis-. Por ejemplo, ante una mercancía podemos preguntarnos: ¿qué hago yo con eso que me venden en mi casa? Pues bien, eso hemos de preguntarnos con la información: ¿merece la pena que tanta noticia ocupen lugar en mi cerebro? Ya sé, se dice que el saber no ocupa lugar. Pero hay, no saberes, que aluden a sabio, sino noticias que no llevan a sabiduría, y sí ocupan lugar. Hasta nos pueden embotar la mente, de modo que impidan el discernimiento, la reflexión, la valoración de lo que nos llega. Que es la actividad propia de nuestra mente.


Más sobre palabras y otras realidades

15 de febrero de 2021 0 comentarios

“Una imagen vale más que mil palabras”, es expresión que se ha generalizado en una sociedad que, en gran parte, está bajo la cultura -de culto- de la imagen. “Las apariencias engañan”, es un dicho viejo, que el pueblo conoce. En la sabiduría popular encontramos objeciones a ese valor que se da a la imagen. ¿Y la palabra? No podemos olvidar que se habla de palabras vacías, endebles, “que lleva el viento”; o bien de esa actitud despectiva ante la palabra, que es la respuesta: “palabras, palabras, palabras…”, que aluden a su falta de rigor, de solidez; que son solo palabras, y por esos irrelevantes. La palabra no deja de ser una imagen, una expresión de algo. Tiene razón de ser en función de una idea, o de un sentimiento. Es “encarnación de la idea”, dice un himno litúrgico. La Palabra tiene valor cuando se encarna. Se encarna en ella una realidad, una persona, en el caso del Verbo. Imagen, palabra, son lo que son en referencia a algo más hondo. Que a veces no es fácil de exteriorizar, para socializarlo, que otros lo perciban. En esa hondura: idea, sentimiento, está la fuente de la palabra, de la imagen. Está la solidez de lo real. De lo que se es: de lo que se piensa y de lo que se siente. Se necesitan las palabras, las imágenes, porque somos seres sociales, y hemos de comunicarnos. Imágenes, que son gestos, reacciones diversas de nuestro cuerpo. Pero no olvidemos: siempre cabe que “las apariencias engañen”. Bien porque no logran expresar lo real, o bien porque no se quiere que sea expresado: la mentira. Y a veces porque es inexpresable lo sabemos o sentimos. Somos más que palabra o imagen. Somos en gran parte misterio.


Las palabras

8 de febrero de 2021 0 comentarios

Las palabras son signos de un pensamiento, de un sentimiento, de un conocimiento, el instrumento de socialización de nuestro interior. De suyo, aunque describan el pensamiento sobre otra persona o sobre un acontecimiento, lo que expresan de inmediato es algo que está en el interior del ser humano. Si no es así, dejan de ser signos, dejan de tener sentido, son mentiras, engaños. Por ello cuando utilizamos las palabras para opinar o juzgar sobre algo y de modo especial sobre alguien, no solo describimos lo que es exterior a nosotros, nos describimos a nosotros mismos. Cuando en las palabras predomina por ejemplo, lo negativo, aplicado a acontecimientos o a personas, expresan un modo de ser de la persona, son transmisoras de un modo de ser de quien las pronuncia. Se describe, sin pretenderlo, a sí mismo. Cuando las palabras son de aceptación o de comprensión de lo que sucede y del hacer de las personas, también están describiendo a quien las pronuncia. Las corrientes freudianas insisten en mecanismos de defensa que utilizamos con la palabra: proyección de lo que somos o sentimos, teorización sobre aquello que somos incapaces conseguir, sublimación para superar lo que sentimos como pequeño. Pero no hay que acudir a la ciencia, el pensar y decir popular ya lo advierten. “dime de que presumes y te diré de qué careces”, “cree el ladrón que todos son de su condición” … y aplica el epíteto a los demás… Y ¿si la palabra es sobre nosotros mismos, sobre cómo nos vemos? ¿Somos lo que de nosotros decimos o somos lo que se refleja en lo que decimos? Sin llegar a generalizar el dicho: “nunca nos engañamos más que cuando hablamos sobre nosotros mismos”. Cuidemos las palabras. Cuando estamos en el mundo de la imagen, en el que se considera como dogma que “una imagen vale más que mil palabras”, estamos infravalorando la palabra, su alcance, que llega más que a lo que oímos, describe a quien la pronuncia.


Quedan los ojos

3 de febrero de 2021 0 comentarios

La importancia de los ojos. Es lo que nos queda para conocer, reconocer y sentirnos reconocidos, bajo la mascarilla que nos cubre tanta superficie facial. Los ojos son nuestra identificación. Además, son los sentidos que no sufren las consecuencias del Covid. La pandemia ataca al olfato y al gusto, prohíbe el tacto, el contacto personal, y el oído está sometido a la voz distorsionada por la mascarilla. Nos queda la mirada. Que tratamos que no sea empañada cuando es a través de gafas. Encontramos a conocidos en la calle, que pasan desapercibidos. Los ojos no son suficiente para identificarlos. Tenemos que acostumbrarnos a “mirarnos a los ojos”. Es la expresión que significa una relación sincera con el otro. Como si a través de los ojos se descubriera lo que el otro es, lo que desea, lo que quiere decirnos, sin tapujos, en verdad. Es una necesidad vernos a los ojos, reconocernos en ellos, pues parece que los ojos no nos engañan, nos abren al otro y el otro se abre a nosotros. Mientras la mascarilla nos oculta más de media cara, espejo del alma, como se dice, deja libre a los ojos, y con ello permite una comunicación fotográfica de lo que somos, la que existe cuando “nos miramos a los ojos”. Que así sea.


Sobre el blog
El mercado, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. También la creación cultural y la verdad se encuentran afectados por la sucesión rápida, lo impactante…

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Sobre el autor
Juan José de León

Entre otras cosas es Director de la Escuela de Teología "Fray Bartolomé de las Casas" (Madrid). Acompaña espiritualmente comunidades religiosas a través de charlas y retiros...

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