21 de abril de 2021
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Es lo que recomendaba santa Catalina de Sena a la priora del convento de Montepulciano, donde años antes había sido priora la que llamaríamos santa Inés de Montepulciano.
Combinar la fuerza de la razón con el fuego del amor es tarea de toda la vida. Y tarea esencial a nuestro vivir humano. No admite reglas generales. Hay que buscar conseguir que fuerza y fuego convivan en las circunstancias concretas de vivir. Si queremos aplicar un principio general, este se reduciría a afirmar que la fuerza de la razón no ha de apagar el fuego del amor; ni que este ha de debilitar o dejar al lado la razón.
Pensaba esto a la luz de los textos evangélicos de estos días, que exponen las apariciones de Cristo resucitado a los apóstoles. Martín Gelabert en esta página nos ha ofrecido valiosas reflexiones. Los apóstoles mantienen el amor a Jesús, su corazón más de una vez estuvo caldeado por el fuego de su palabra, como confiesan los de Emaús. Pero lo evidente es que Jesús ha desaparecido de su entorno. No lo reconocen al verlo. Lo hacen ante ciertos gestos del resucitado, como compartir con ellos el pan. La fuerza de la razón choca con la mirada amorosa de Jesús, que despierta su amor hacia él. La razón descubre que existe un modo de conocer que la supera: la fe. Es el modo de acercarse al misterio, aquello que supera la razón. Para ello necesita el fuego del amor. Una pasión afectiva, que no ciega, sino que es producto de la confianza en quien sabe que le ama. Es lo que llamamos fe.