14 de julio de 2022
1 comentarios
Sí he recordado aquello de los “trascendentales”: unum, verum, bonum. Al que a veces se añadía pulchrum. “Trascendentales”, porque -sin meterme en honduras- superaban todo confín, trascendían a toda otra realidad, y estaban debían estarlo en todas.
Ya sé, lo que digo suena a pura especulación alejado del vivir de cada día. Quizás no sea así, pero el recorrido, desde esos conceptos hasta lo que se siente en el día a día, sería muy largo. Solo quiero apuntar la relación entre verdad y bondad en uno de los aspectos del vivir, el ámbito que se mueve entre la comprensión y el perdón respecto al otro.
El perdón está en el núcleo de nuestra condición cristiana, y, por lo tanto, humana. No perdonar a quien nos ofende, es apartarse de la mínima exigencia cristiana. Es “condenarse”, pues necesitamos el perdón de Dios y nosotros en el Padrenuestro lo condicionamos a que nosotros perdonemos. Perdonar exige haber detectado algo mal en el otro, que a nosotros nos hiere.
Perdonar tiene una dimensión peligrosa: quien perdona se sitúa por encima de los perdonados. Es acto de bondad, pero puede no responder a la verdad. La verdad exigiría ver los factores que intervienen en el otro para que llegue a ofender. La búsqueda de esa verdad, se alinea en el esfuerzo en la comprensión de quien ofende. Esa búsqueda de la verdad no negará que lo hecho esté mal, pero referido a quien lo hace, el que es perdonado, puede tener cierta justificación que anule o limite lo que tenga de ofensa el mal. En ese caso se le comprende. Puede que se le disculpe. Pero no sería el perdón la actitud lógica. Es buscar la verdad lo que lleva a que más que perdón, surja la comprensión ,o al menos, la disculpa.
El esfuerzo por la verdad debe ser previo al esfuerzo por la bondad del perdón. Dicho de otra manera: se ha de aplicar la inteligencia a la compresión del hecho y de quien lo hace antes de perdonar. La bondad puede estar en la comprensión, no en el perdón, porque en la comprensión está más cerca de la verdad.
No estará mal recordar que la verdad que hemos de buscar sobre todo es la verdad de lo que somos, de cómo vivimos y convivimos; aplicación inmediata del “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos. Ese conocimiento de sí mismo, es imprescindible para valorar la bondad propia y la del otro. Por lo tanto para inclinarse por la comprensión antes del perdón.