26 de abril de 2023
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Cuando uno por su edad, 86 años, se ve que pertenece más a otro siglo, que a este XXI, y experimenta que la sociedad de hoy, los que en la sociedad de hoy deciden, no siempre desde el poder, piensan de manera distinta, su sensibilidad es distinta, sus búsquedas no coinciden con las que fueron las de uno; ni su manera de pretender disfrutar en la vida y de ella, así como las relaciones humanas son diversas… ¿tiene derecho a intervenir en esa sociedad, a la que no juzga, aunque tampoco entiende? ¿No es el momento de cerrarse en si mismo, sus modos de pensar, sus aficiones, las que están de acuerdo con las limitaciones de la edad, y dejar, sin hacerse notar ni oír, que el mundo siga? Pero a la vez pienso, cuando has entendido tu vida en relación con tu entorno, y entiendes que somos persona en la relación, ¿en los últimos momentos de esa vida se ha de obviar todo ello y refugiarse en sí mismo? Siempre se dirá que Dios sigue ahí. Y es cierto. Pero el dios cristiano es el del compromiso con el ser humano.
Sí, sé que ninguna sociedad es homogénea. El ser humano es singular, tiene arraigado el ser individuo - “en sí indistinto, de los demás distinto”, los clásicos lo definían -. Y por ser singular y libre, no genera uniformidad, sino variedad. Pero eso no evita que se cree un estilo de vida que atraiga a la mayoría, que permite hablar de características comunes y decisivas de la sociedad nuestra de hoy.
Siempre queda el interrogante: ese retiro de lo que nos rodea, ¿es prudencia o pereza? ¿Virtud o pecado capital?