10 de diciembre de 2013
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El mayor enemigo del Adviento es la Navidad. Como el mayor enemigo del atleta es reducir el proceso de preparación y verse triunfador, anticipar la medalla. El Adviento, está cierto es, en función de la Navidad. No tiene sentido en sí mismo. Si no hubiera Navidad, no hubiera Adviento. Pero si la Navidad se anticipa a base de reducir el Adviento, a la Navidad le faltaría, como al atleta que no se ha preparado, músculo. Se quedará en apariencia, en la levedad de unas manifestaciones externas, llamativas, pero epidérmicas. El adviento es el tiempo de las velas que se van encendiendo semana a semana, no de Belén con misterio. Bien está que se vaya representando el contexto espacial y salvífico previo al nacimiento de Jesús; pero nada debe hacerse que reduzca el tiempo de esperanza – la esperanza necesita siempre tiempo, paciente tiempo de espera-. Si reducimos el tiempo de esperar, de ansiar el “acontecimiento”, esté perderá relevancia cuando “acontezca”. Seamos pacientes, vivamos el Adviento; la Navidad llegará cuando el tiempo de espera se convierta en el tiempo de plenitud. No arranquemos la fruta aún verde, dejemos que madure. Ha de madurar en nuestro interior la Navidad, llegado el tiempo, ya madura, disfrutemos de su sabor. Paciencia es saber esperar en tensión interior para que la Navidad nos encuentre en pleno deseo, en honda ansia, con musculatura interior suficiente para disfrutar de la exaltación de nuestra condición humana a ser asumida por el mismo Dios, convertido en inocente y tierno Niño.
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