11 de marzo de 2018
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“Nunca llueve a gusto de todos”, es dicho popular. En medio de estas borrascas no siempre llueve la cantidad que deseamos, se puede sobrepasar lo necesario o quedarse corta la lluvia. Tampoco llueve lo mismo en todos los lugares en nuestra geografía española. Como tampoco todos los lugares tienen la misma necesidad de agua. Pensemos por ejemplo en los diversos cultivos. En concreto en esos cultivos que exigen sol, temperaturas moderadas y a la vez agua. En este caso no se puede esperar que toda el agua les venga del cielo, no viene la suficiente, ni llueve cuando es más necesaria la lluvia, ni del modo que pueda ser aprovechada; necesitan almacenar agua para los momentos de escasez. Pero su “almacén” con frecuencia está bastante vacío, no hay de dónde sacar el líquido necesario. A la vez en otros lugares el agua es un regalo dulce que se hace al mar de agua salada, que no sé si lo agradece o lo aguanta. Surge así la gran cuestión: ¿no se podría compartir el agua para que hubiera la suficiente para todos? La propiedad privada –el río es mío y para mí- tiene mucha fuerza. En general más que el bien común o la propiedad con dimensión social. Con ello lo que se plantea es un modo de ser y vivir en sociedad, o sea: de saber llevar una vida humana, que, por ser humana, tiene esa dimensión social. Se trata de vivir como lo que somos, humanos, no como lobos (Hobbes). ¿Existe la disposición y la decisión para abandonar su condición humana y optar por la de lobo?
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