22 de abril de 2014
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El brillo de las estrellas ha conducido durante siglos a navegantes y caminantes nocturnos. Por eso culturas antiguas sabían más del cielo que de la tierra. Muchos siglos después la hipótesis de Copérnico buscaba cálculos más exactos en las relaciones tierra cielo. Y con ello que el cielo orientara con más precisión a los que pisaban la tierra. El sol orienta e ilumina; la estrellas sólo orientan con su brillo. Santo Tomás recordaba para justificar la nueva misión de predicar - previo estudio-, de su orden de Frailes Predicadores, que es mejor iluminar que brillar. El sol ilumina aunque espesas nubes nos impidan verlo. Pero no siempre es de día. Y hay que navegar y caminar también de noche. Es entonces cuando las estrellas cumplen su misión orientadora. Brillar es necesario, el brillo orienta, aunque no ilumine. Opuesto a iluminar y brillar es deslumbrar. Deslumbrar es cegar por exceso de luz, impide ver, y desorienta. En nuestra sociedad se habla de jueces estrellas, periodistas estrellas, actrices y actores son llamados estrellas, hay predicadores estrellas, monjas estrellas…, hasta se quiso hacer de Cristo un superstar… No siempre son estrellas que iluminan. Con frecuencia son focos de luz que deslumbran, impiden ver lo que no sea ese foco de luz, y éste desdibujado, sin perfiles. Consiguen que sepamos que están ahí, pero es imposible saber algo de lo que son y de lo que puedan decirnos. Falta la sencillez eficaz del brillo de la estrella y del sol que nos ilumina…, siempre que no dirijamos nuestra vista a él.
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