20 de octubre de 2020
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¡Quien no ha quedado sobrecogido al enterarse de que un profesor ha sido degollado por mostrar unas caricaturas de Mahoma para mostrar un ejemplo de la libertad de expresión! Es una auténtica barbaridad. Y además realizada en nombre de la religión.
El hecho ha derivado a centrarse en la necesidad de defender la libertad de expresión en diversos ámbitos, a través de diversos medios. Entiendo que se produce con ello una desviación que no permite ir al núcleo de lo perverso del hecho.
Si alumnos musulmanes presentes en el aula, al ver que aparecían unas caricaturas de Mahoma, como ejemplo de libertad de expresión, hubieran elevado una protesta a la dirección del colegio, o hubieran en algún medio expuesto su molestia, en virtud de esa libertad de expresión no produciría una reacción, como la que produce el crimen. En el proceso para aclarar el crimen se están encausando a personas que instaron en alguna red social a la respuesta criminal, a lo que considera un insulto o ataque a sus sentimientos religiosos. No se les concede el derecho a la libertad de expresión. La libertad de expresión no es un derecho absoluto, que permita publicar lo que cualquiera desee. Está limitada, por ejemplo, para publicar lo que atente contra la “protección de datos”, que ahora, con razón, tanto se cuida. Como no permite la calumnia: decir algo falso para desacreditar a alguien; o instar a la violencia, al odio y a sus diversas manifestaciones.
El mal está en el fanatismo violento, que lleva a degollar al que opina en contra de sus sentimientos o convicciones. En concreto, el fanatismo que es una patología de la religión. Un atentado contra la misma religión, como han manifestado los líderes musulmanes franceses. Entiendo que es en él en el que es necesario centrarse al condenar el crimen.
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