2 de diciembre de 2020
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El ser humano es historia. Es historia en cuanto es libre. Es historia en cuanto no está ineludiblemente sometido a la realidad. Y puede construir su futuro. Y se hace preguntas, de no fácil, respuesta sobre la realidad. Y va humanizándola, es decir, va logrando que se incorpore a su propia historia. Es mayor que ella, recuerda Kasper en su libro “Jesús, el Cristo” al hablar de la salvación, como fin de la fe de Cristo en la historia. Pero a la vez, la realidad es mayor que el ser humano. Le antecede y el hombre se encuentra con ella haciéndose preguntas sobre por qué existe y por qué existe como existe. El ser humano se encuentra con el misterio del origen, fin, razón de ser de aquello en lo que ha de hacer su vida. La realidad es mayor. El Covid 19, cuyo origen, esencia, modo de librase de él encuentra tantas dificultades se ha llevado por delante tantas vidas humanas, y en general trastorna nuestra historia, es un ejemplo. Pero en algún momento será conocido, y superado. La realidad es con toda evidencia superior al ser humano con el hecho de la muerte. La naturaleza, la realidad se acaba imponiendo.
Entonces surge la pregunta. ¿Esa derrota humana es insuperable? ¿Todo termina con la muerte? Termina la historia. Pero ¿no hay nada más allá de la historia? El ser humano ¿es solo historia? ¿Cómo aceptar esto cuando el ser humano alienta en lo hondo de su ser superar esa limitación y mira a lo absoluto, a lo que no es temporal ni histórico? ¿Hay salvación ante la fuerza y el poder de la naturaleza?
La fe cristiana confiesa que Cristo es nuestra salvación, él consigue la victoria de nuestra condición humana, con su dimensión de naturaleza, sobre la naturaleza misma, sobre el tiempo. Genera tras la muerte un nuevo modo de ser humano sin las limitaciones de la naturaleza, ni la relatividad de la historia, del tiempo.
Ahora bien, esto es una afirmación de fe. Es un acto de confianza en un Salvador, Jesús, que tiene poder para vencer la muerte como él la venció. Es una realidad misteriosa, no podemos comprenderla ni justificarla solo con la razón. Pero sí podemos confiar en quien nos lo ha revelado, y conseguido: nuestro Dios, que, por amor al mundo, nos envió a su hijo. Jesús, el Cristo asumió nuestra naturaleza, en nuestro mundo, en nuestra historia, asumió nuestra muerte. La asumió, la sufrió y la superó, la venció con su resurrección. Su victoria es la nuestra. Nos trajo la salvación de las imposiciones de la naturaleza.
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