25 de febrero de 2015
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Los entrenadores de fútbol antes de los partidos se esfuerzan en convencer a sus pupilos del buen hacer del equipo contrario. Pretenden que, aunque el equipo esté mucho más abajo en la tabla de clasificación, ello no disminuya la tensión propia del competir. Si consiguen la victoria la valoran exaltando el buen hacer de su rival. Tener y proclamar una alta consideración del rival da mérito al triunfo. Con los partidos políticos no es así. En las competiciones entre ellos, por ejemplo cuando se discute “el estado de la nación”, la argumentación se centra tanto en exponer las propias virtudes como en poner de relieve la incapacidad manifiesta del rival para llevar a cabo un proyecto político digno de la nación.. Se busca el triunfo no sólo por los propios méritos, sino por la falta de méritos del contrincante. Habría que concluir que el posible triunfo adolece de valor, pues se ha producido contra un adversario que militaba con claridad en un nivel inferior. La competición no sería entre iguales, sino entre unos profesionales curtidos y unos aficionados de tercera división. Lo que sería más difícil de explicar sería por qué poner tanto ardor en los enfrentamientos dialécticos cuando la victoria es tan evidente.
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