9 de junio de 2022
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Desconozco la repercusión que en la Iglesia está teniendo la invitación del Papa a reflexionar y tomar decisiones sobre cómo caminar juntos. La Iglesia está implantada en diversas culturas, en pueblos con distinta historia: unos “viejos” cristianos, otros que hace poco tiempo que han tenido noticia del proyecto cristiano. Esta diversidad se manifiesta en la vida, en las inquietudes y reacciones diversas a la estructura de la Iglesia, en concreto a la jerárquica. También, y sobre todo en ámbitos occidentales de tradición cristiana, se producen reacciones distintas: unos que buscan la democratización, reducir las diferencias que establece el orden presbiteral, en el pueblo de Dios. Otros prefieren la comodidad: que sean otros los que hagan el camino; les cuesta dedicar tiempo a reflexionar sobre como vivir su fe, y se quedan en lo que dicten quienes vienen a ser los profesionales de la reflexión, y, por tanto, de la decisión dentro de la Iglesia. Estos tienen además como apoyo los que quieren mantener la estructura consolidada, porque es la que les permite a ellos tomar decisiones y organizar la vida cristiana según sus intereses.
Caminar juntos implica sentirse a gusto con el compañero de camino, acomodar el ritmo de uno al de los demás, estar dispuestos a ayudar a caminar, y a dejarse ayudar. Supone darse tiempo para reflexionar -y a orar-: para escuchar lo que otros dicen después de su reflexión -y oración-.
También implica caminar mental, tener sentido histórico de la vida de la Iglesia, semper reformanda. Si eso se fuera logrando, estábamos constituyendo ya la Iglesia sinodal. Como decían los clásicos, somos “viatores”, caminantes. Y la iglesia “peregrina”. Su ser se realiza en el camino. Eso sí, no se puede perder de vista el horizonte, el fin del camino, para que no sea un caminar ciego.
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