21 de agosto de 2020
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El enemigo es el hombre. Y lo es cuando se hace próximo, más prójimo. Ningún animal, ninguna planta transmite el covid-19. No sucede así con otras enfermedades, que no las reglan, insectos, o perros…, o alguna planta… Las personas que viajan en un medio colectivo de transporte, son considerados enemigos potenciales. Para los compañeros de viaje y para quienes les van a recibir. Lo seguro es la soledad confinada. La misantropía es la actitud más sana. Para el enemigo “puente de plata”, l interesa que esté lejos. Se tiene miedo al otro. Y ¿qué se ha de decir del miedo?: ¿que “guarda la viña”, o que “es mal consejero”?
Sin el otro no vivimos, ni siquiera somos. Porque somos esencialmente seres sociales. El otro lo necesito para ser yo. Y no lejos, sino lo más cerca posible. La misantropía destruye la “antropía”, o se la condición humana. Más aún al ser humano pertenece la filantropía. Sin amor al otro no hay ser humano.
Aquí surge aporía: porque amo al otro me separo de él. La soledad que busco no es sólo para líbrame del otro, sino para librar al otro de mí. Y no necesito preguntarle si quiere librarse de mí. Pienso y respondo por él: quiere librarse. O sea que la misantropía se vuelve generosidad, pura filantropía. Paradojas que genera la situación singular que viene con el COVID 19.
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Anónimo
26 de agosto a las 16:25
Lo más revolucionario hoy en día, es conservar la ALEGRÍA.