29 de mayo de 2017
0 comentarios
Hoy lo que priva en ámbitos de cierto carácter intelectual es “el relato”. El relato, la descripción adquiere tal relieve que a veces se le entiende como la “última palabra”. No necesita interpretación, lo que llaman “meta-relato”. Éste distorsionaría el relato. Se habla de Teología narrativa. De lectura narrativa, sin interpretación, de los relatos evangélicos. Frente a esta actitud mental es frecuente escuchar y leer que “no se leyó bien o sí se leyó adecuadamente”, desde un partido de fútbol, a acontecimiento de más hondura de la vida social. En ese caso leer se entiende como interpretación. ¡Contradicciones de los tiempos! Schillebeecks titula uno de sus libros “Los hombres, relato de Dios”.
Al acercarse la fiesta de Pentecostés tomo conciencia de que de Jesús tenemos relato, relatos; del Espíritu Santo no. Y entiendo que el Espíritu Santo es el meta-relato de Jesús. Jesús mismo le constituyó como su intérprete, el que haría conocer todo a los apóstoles, a interpretar su vida y sus palabras. Jesús salió del Jordán “lleno del Espíritu Santo”, dice Lucas. El Espíritu le llevaría a los días de reflexión del desierto, donde Jesús discerniría que le exigía ese Espíritu, qué tipo de presencia y misión. Bajo el Espíritu actuó. Y lo transmitió luego a sus discípulos, que descubren el “espíritu”, que a él le animó, al que han de ser fieles. Así puede decir Pablo, “si alguno no tiene el espíritu de Cristo, no es de Cristo”. Nosotros no podemos imitar literalmente relato de Cristo, pero sí su espíritu que se nos descubre al leer sus palabra, el relato de sus hechos bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Comentarios
Hasta ahora se han publicado
0 comentarios. Déjenos también su opinión.