14 de abril de 2017
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El signo del cristianismo es la cruz, no un Cristo resucitado o un pastor con la oveja a los hombros, representación previa en las primeras comunidades a la del crucificado. La muerte en la cruz entra más por los ojos que la resurrección: tiene una representación más fácil que la de la resurrección. Y ello influye en algo que está cargado de símbolos visibles como es la religión y más aún la religiosidad. La Pasión y muerte de Cristo está minuciosamente descrita en los textos evangélicos. La de la resurrección, aparte de divergencias en los relatos de los evangelistas, se apoya en hechos puntuales que es necesario reinterpretar, cuya fuerza está en el mensaje que ofrecen más que en el episodio. La reflexión sobre la muerte y pasión de Cristo antes que mirar hacia afuera ha de fortalecer nuestro interior. Interiorizando lo que Jesús padeció, su muerte, y tomando conciencia de “su amor hasta muerte”, su fidelidad a la voluntad del Padre, es como podemos orientar con sentido nuestra actitud ante las pasiones de los “cristos” de hoy.
A la vez hemos de interiorizar los valores de la Resurrección: el triunfo de “los bienes del cielo” que san Pablo nos dice hemos de buscar. Los bienes que son más fuertes que la muerte, por eso son eternos, que encontramos en nuestro existir en este mundo, aunque de manera imperfecta: el amor, la verdad, la relación con Dios, construir comunidad humana. Interiorizado el mensaje de la resurrección de Cristo, tan exigente o más que el de su muerte, estaremos en situación de ser testigos de esa resurrección, y proclamaremos esos “bienes del cielo”. Bienes que son los que constituyen lo esencial y más noble de nuestra condición humana, los que nos hacen ser lo que somos. Etty Hillesum, la judía víctima de Auswichtz, cuando estaba en el campo de Westerbork, previo al del exterminio, se esforzaba en conseguir una “vida interior productiva y esperanzada”, para poder procesar, encontrar sentido, a lo que ella y los demás vivían en ese ambiente inhumano. La fe en la Resurrección, bien interiorizada ha de ser productiva, eficaz en trabajar por un mundo más humano. Para ello tiene que ser esperanzada. Y ello implica saber descubrir los signos de esperanza que existen en la vida de hombres y mujeres de este nuestro mundo. Incluso en ámbitos de inhumanidad tan esparcidos por él.
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