5 de abril de 2020
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Sabemos que la vida es una aventura. Como aventura se camina sin seguridades. La incertidumbre pertenece al vivir. No sabemos si la enfermedad llegará a nosotros, ni tampoco si, en caso de que juguemos, nos va a tocar la lotería, ni podemos asegurar que las personas con las que convivimos van a ser y actuar como uno quisiera. Ni siquiera podemos estar seguros de nuestros afectos, opiniones, modos de enfocar nuestra vida no vayan a sufrir cambios. La libertad permite todo ello. Y en general, la condición humana.
Pero en esta situación de pandemia, la incertidumbre se ha impuesto con mayor fuerza, quizás es la realidad más definitoria de nuestra situación. Sin ella, las incertidumbres sobre el hoy y el mañana no evitaban hacer nuestros planes, realizar nuestras rutinas, y tener fuerte probabilidad de cómo será la convivencia y con quien, y no estar y actuar bajo presión de la enfermedad, que siempre es posible.
La pandemia permite que afloren rasgos psicológicos peculiares de cada uno. Tendemos al optimismo, o nos dejamos aplastar por el pesimismo. Con niveles intermedios, por supuesto, no hablemos de extremos. No sabemos si pasaremos por el coronavirus o no, porque, a pesar de nuestras precauciones, el virus se puede colar no sabemos cómo. Y decimos; tras la pandemia, -que durará ella y la prevención para que no vuelva- la vida no va a ser igual. Bien, pero ¿cómo será? Incertidumbre. En la incertidumbre es donde se pone a prueba nuestra psiquis, nuestra capacidad de asumirla, de verla con temor o con esperanza. Sin optimismo sin solidez y sin pesimismos facilones. Cuidar nuestra mente es tan necesario como la prevención para no contraer el virus
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