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La palabra viene de decet, verbo latino que se traduce por “es conveniente”. Pero la expresión española se ha desviado hacia otros significados. De una cuestión más bien formal aquello que está bien, acomodado, presentable, avanza hacia valoraciones éticas: “lo honesto, lo que corresponde a la dignidad de actos y palabras conforme al estado o calidad de las personas”. Y el adjetivo, “decente”, para el diccionario de la RAE tiene como primera acepción, “honesto, justo, debido”. Lo contrario sería indecente, etimológicamente lo inconveniente, lo que non decet; para el el diccionario de la RAE, lo no decente, lo indecoroso. ¿Lo honesto, lo digno, lo que corresponde al estado de las personas instituciones, es realmente entre nosotros, lo más conveniente? ¿Decet lo decente? ¿Conviene que la Iglesia sea coherente con su sentido de la persona humana y de la ética, - lo honesto, lo decente- aunque sea no sintiéndose apoyada por algunos que se consideran pertenecientes a ella, y, en general, perdiendo apoyo social? ¿Conviene que la coherencia, la verdad, en una palabra sea expuesta sencillamente, sin estilos impositivos, si eso hace perder acogida social a la Iglesia? ¿La Iglesia en sus manifestaciones públicas tiene que ajustarse al mantra de que una cosa son los principios –lo honesto, lo coherente con su ser-, y otra la responsabilidad,- lo que conviene decir y hacer- como gusta a los políticos, que legislan –dicen- tapándose las narices, porque tiene que atender a la “demanda social”, contraria sus principios? ¿Es decente actuar así: o sea, es “lo honesto, lo justo, lo debido” a su condición? ¿Decet, conviene lo decente?