21 de septiembre de 2014
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Se cumplen en este año el trescientos aniversario de la publicación de esa conocida fábula expuesta por Bernard Mandeville. La tesis es conocida: es necesario que el vicio exista en los individuos para poder construir una sociedad de bienestar: si no existen ladrones no habría trabajo para los policías, si los excesos en la comida y bebida no existieran no habría trabajo para los médicos, si no hubiera violencia entre los individuos, no se necesitarían guardias, si no hubiera peleas por bienes o derechos quedarían sin trabajo abogados, magistrados, si todo fuera sobriedad no existiría la oportunidad de trabajo para quienes se dedican a fabricar lujo… La sociedad funciona bien gracias a los vicios de los ciudadanos. “Así pues, cada parte estaba llena de vicios, pero todo el conjunto era un Paraíso”
Algo pasó que impulsó a los ciudadanos a ser honrados, sobrios, pacíficos… El efecto fue que desaparecieron los encargados de corregir o arreglar las situaciones que producen los vicios: dejaron de existir guardias del orden, jueces que solucionaran pleitos, abogados que defendieran –o provocaran –pleitos, para nada se necesitaban médicos, desapareció el trabajo de quienes producían objetos lujosos, ni reyes que gobernaran, ni sacerdotes que perdonen o rezaran para evitar el vicio; así como quienes guardaban las cárceles o los de cerrajeros que preparaban las cadenas, la generosidad evitó el trabajo, la laboriosidad del antes perezoso clero dejó sin razón de existir a los jornaleros que trabajan para él. Todos se fueron de la ciudad. Ni se necesitó organización social, ni autoridad ni Estado. Durante un tiempo la hipocresía ocultaba los vicios, con el tiempo los vicios se hicieron reales sin posibilidad de atajarlos: habían desaparecido los encargados de ello… La virtud individual generalizada hizo imposible una sociedad de orden y bienestar. Lo que dice Mendiville, otros en su tiempo y ámbito lo resumían diciendo que el egoísmo individual es el origen del bienestar social.
En el fondo de ello, y es lo más serio, lo que se proclama como la realidad esencial, que tiene valor en sí misma es la organización social. El individuo es un elemento de esa sociedad, que ante ella pierde entidad propia. Frente a ello el Vaticano II nos recuerda en Gaudium et spes, que el ser humano “no es un elemento anónimo de la ciudad humana”. A quien hay que salvar es al ser humano, es lo absoluto de nuestro mundo; no se le puede sacrificar, en este caso éticamente para qué la sociedad ofrezca bienestar. Es la tesis de Cristo, que deja noventa nueve ovejas para salvar a una; frente a la de Caifás que cree que hay que acabar con la vida de un inocente para salvar al pueblo.
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