23 de abril de 2015
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“La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la Comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado” Eso escribía Bonhoeffer. Lo he recordado al encontrarme con la afirmación de que nuestro pensar hoy, que algunos tachan de débil y fragmentario, es también low cost, por lo tanto barato. Creo que existe amplia relación directamente proporcional entre ambas aplicaciones del adjetivo barato. El dicho popular “el que algo quiere algo le cuesta” no tiene acogida hoy, a no ser que lo que se quiera se mueva en lo fácil y asequible a cualquiera sin esfuerzo, por lo que le costará poco, será barato. Conviene tener en cuenta que al pensamiento low cost, pueden pertenecer verdades hondas, metafísicas o teológicas, pero que se tienen por herencia o por ser propias del ámbito social en el que se ha crecido, pero no han merecido su reconsideración, ni atender a las exigencias, de modo que convivir con ellas no se distinguiría de hacerlo sin ellas. Creer sin dudas en Dios, pero vivir como si no existiera, por ejemplo es un pensar low cost. Afirmar las verdades de fe sin darse tiempo para repensarlas a la luz de la propia vida, participar en celebraciones religiosas sin ahondar en qué es lo que se celebra y a qué conducen en el cotidiano ser…, pertenece al ámbito de lo barato, de low cost.
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