2 de diciembre de 2021
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El alcalde la ciudad se ha empeñado en que los días de Navidad ofrezcan luz, diversión, espectáculos, sobre todo musicales, amplia posibilidad de adquirir productos navideños, lugares para reunirse. Quiere que sean días de fiesta. Entiende que hay mucho que olvidar. Por ejemplo, las navidades anteriores. Y es que, en lo hondo de los ciudadanos, incluso sanos, hay secuelas de los días de pandemia. Secuelas psíquicas, envueltas en una tristeza, que lleva a la acedia, a no confiar en esta vida, a no verla como lugar de ser feliz. O bien lo contrario, hartos de las restricciones a las que obligó la pandemia, quieren recuperar terrenos perdidos. Después de tanta precaución, quieren vivir, disfrutar despreocupados.
Pero la pandemia parece que no quiere irse. Nuevas amenazas con nueva cepa. El alcalde tiembla: a ver si después de tanto esfuerzo por ofrecer “felicidad”, el covid, reaparece con fuerza, y hay que renunciar a lo programado, o reducirlo notablemente. ¿Se podrá entonces celebrar la Navidad? ¿Habrá lugar para la felicidad? ¿Puede la fiesta y lo que se celebra en ella, su dimensión humana y religiosa, su mismo cariz familiar, sustituir tantas manifestaciones jubilosas programadas en la ciudad?
Ojalá no haya que suprimir nada de lo previsto. Pero que ello no haga olvidar lo que realmente se celebra: la condición humana la ha hecho Dios suya. Es alegre noticia que hay que celebrarla, individual y socialmente, de múltiples maneras. Y nos quedaremos cortos. Los miles de luces de las calles de la ciudad quedan superadas por “la luz que viene de lo alto”. Esa luz la hemos de percibir con los ojos cerrados, con los oídos abiertos, en lo hondo de lo que somos.
Ojalá lo programado para unas navidades felices para los ciudadanos, sea un signo, un modo de manifestar la alegría que supone saber que Dios es un Niño como tantos niños de la ciudad.
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