1 de marzo de 2017
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La afirmación de que los principios son inútiles, aplicada a la política, o sea, cuando lo que importa es conseguir o mantener el poder, puede que se extienda más allá de la política: por supuesto a la economía, pero también incluso a la ética, con las formas atenuantes que exige esta disciplina, por ejemplo cuando se propone una “ética de responsabilidad”, que se aplica en espacial al ámbito de lo social. Responsabilidad, dicho de manera un tanto simple, se llama a tomar conciencia de circunstancias concretas que impiden aplicar los principios en orden a evitar males ¿mayores? que el dejar los principios en teoría. En la exhortación Amoris Laetitia el Papa Francisco, cuando se refiere a situaciones que están enfrentadas a los principios que rigen para la Iglesia el matrimonio, como el “matrimonio” nuevo del divorciado, apunta que no podemos tirarnos a la cara las verdades como pedradas. En ese caso la verdad –principio- es la indisolubilidad del matrimonio. El Papa acude a la necesidad de que el interesado actúe en conciencia, por ejemplo para acercarse a la eucaristía. Acudir a la conciencia es el recurso más noble y a la vez lo más falible. La afirmación es clásica: “nunca se puede obrar contra la conciencia”. Esto exige la responsabilidad ineludible de que nuestra conciencia sea recta. Sólo es recta cuando se ha dado tiempo a formarla bien; es decir: cuando se ha dado tiempo y esfuerzo a buscar la verdad. (He ahí la importancia de la “preverdad” de la que hablamos en otros posts, frente a la “posverdad” que es prescindir sin más de principios en aras de lo útil). Y aun así la conciencia puede ser recta, porque honradamente se ha buscado formarla, y no ser verdadera, porque no se conocieron todas las variables necesarias para llegar a la verdad. Por otra parte la conciencia ha sido sometida a prueba. Desde la clara afirmación marxista, “no es la conciencia lo que constituye el ser, sino el ser –entiéndase el lugar que ocupa la persona en el proceso de producción- lo que forma la conciencia”, hasta el vulgar dicho: “cada uno habla de la feria como le ha ido en ella”. La conciencia está sometida a los intereses, a los deseos, a las pulsiones interiores y exteriores que pesan sobre el necesario imparcial discernir sobre qué es lo recto. Trento reaccionó contra la tesis de la Reforma del libre albedrío como ley moral. Y el problema no está en negar la libertad individual, sino en saber cuándo existe esa libertad y no el sometimiento esclavo a pulsiones e intereses individuales con más fuerza que la verdad: sólo “la verdad os hará libres”. En resumen, vivir es vivir en tensión. Y lo es sobre todo el vivir moral, o sea, el vivir propio de la condición humana, el que nos hacer ser lo que somos. Tomar conciencia de esa tensión evita dogmatizar en exceso y ser esclavos de los principios, que están para liberarnos, o de la utilidad entendida como lo social o políticamente correcto o lo que sirva para dar satisfacción a pulsiones o intereses no confesables. Hemos de vernos como humildes buscadores de la verdad, que pueden acertar o equivocarse; pero que, a pesar de todo, tienen que actuar.
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