19 de abril de 2015
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Hablamos de la vida consagrada. Se ha escrito que el peligro mayor de la vida consagrada es que se mundanice. La vida consagrada se define por su peculiar seguimiento de Cristo, ya no se insiste en que también implique huida del mundo. La dialéctica entre estar en el mundo sin ser del mundo se encuentra ya en las enseñanzas de despedida de Jesús a sus discípulos según el Evangelio de Juan. El mundo ha tenido mala prensa, es uno de los enemigos del alma, nos decía el catecismo. Sin embargo el mundo, lo dice Juan, ha sido tan amado por Dios que le entregó su hijo. La Iglesia está al servicio del mundo sin ser del mundo.
Más allá de esa dialéctica mundanizarse es ajustarse a las exigencias del mundo, prohibido por Jesús a sus discípulos. Hoy sería aburguesarse, buscar lo que busca el mundo: el bienestar, el bien parecer, la comodidad, la seguridad económica, el deseo de la estima y consideración de la sociedad…y, en general, un estilo de vida, de cuidado del cuerpo y del vestido, mundano.
Propio de acomodarse al mundo es fijarse en las formas exteriores que hablan de mundanizarse y prescindir de una mundanización interior mucho más preocupante. Me quiero referir en este leve comentario solo a dos: La primera es acomodar nuestro pensar y nuestro hablar a lo posmoderno, o sea, a cerrar pronto los procesos de información y más los de la formación; a no ir más allá de la imagen y del impacto que produce, efímero y momentáneo, y no darse tiempo ni esfuerzo para que se consolide con la reflexión y la matización; o rebajar la verdad a la noticia; o la levedad y apresuramiento de los juicios, sobre todo negativos de los otros –“la gente”- ; o ¿pensar?, juzgar desde etiquetas, que evitan el análisis detenido y pausado. En una palabra frivolizar el pensar, el juicio y el discurso oral.
La segunda es la necesidad de vivir como triunfadores aplaudidos. Para ello hay que cultivar el yo, de modo que si los otros no nos reconocen nuestra relevancia, no perdamos ocasión para proclamarla nosotros mismos, como una generación de selfies. Aunque nuestra referencia declarada, Jesús de Nazaret, fuera un derrotado social, buscamos nuestra victoria en la competición existencial propia de la nuestra sociedad.Caminar en verdad, que diría la santa de Ávila, es la humildad. Verdad y humildad implica vivir a contracorriente, ser antisistema, no ser del mundo. Creo que esto lo que necesita el mundo de nosotros, ser para el mundo.
Comentarios
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Narvaez
9 de mayo a las 2:33
Muy bueno. Abrazo