5 de enero de 2022
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Decía el presidente de la CONFER en una reciente entrevista que la crisis de Dios en nuestra sociedad era un reflejo de la crisis de la persona humana. Crisis de la condición humana siempre habrá existido. Una crisis que se reduce a frivolizar lo que somos como personas humanas. Una frivolización que es consecuencia o modo de realizarse de la superficialidad de nuestros intereses, de nuestros deseos, de lo que queremos hacer de nosotros. Si se acepta, incluso en ámbitos académicos, que es el pensamiento frágil, no pasar del relato, de lo que hay sin tratar de interpretarlo; o “la limitación conceptual voluntaria” (Pérez de Ayala), consecuencia de reducir el conocer -el saber- a lo científico; junto a la tesis del fragmento, lo que conforma un ser humano; en las inquietudes de su vivir no cabe pensar en lo que es, en su hondura entitativa; y, para un creyente, en cuál es proyecto de Dios de persona humana. En general, no tienen cabida las grandes preguntas que tampoco la ciencia experimental puede resolver, sobre el origen, el destino, la misma condición humana, de uno y del otro.
Sin formularse esas preguntas Dos es un ser ajeno. A lo sumo un Dios apagafuegos, al que se acude cuando no hay otro remedio. Pero que no es solicitado para apagar el fuego de la frivolidad que se manifiesta en el ardor por una vida superficial, que se queda en el vivir cómodo, cerrado en sí mismo o en los suyos. Que, ¡cuántas veces!, conduce ante la frustración al vivir sin sentido, sin amor; incluso a preferir no vivir.
Sin embargo, ¿sin embargo o por eso?, existe la Navidad, la presencia de Dios asumiendo nuestra misma naturaleza, para reconducirla a su nobleza, a su dignidad. Lo triste es no percibir que necesitamos esa ayuda “divina” para ser lo que somos y tener conciencia de ello. Es triste no llegar a la verdad de la Navidad, quedarse en lo epidérmico, en el símbolo, sin llegar a lo que simboliza.
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