22 de diciembre de 2014
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“Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra”.
Rey de las naciones y deseado de los pueblos son títulos que tenían un sentido en tiempos pretéritos. Hoy no se piensa en un rey de naciones ni los deseos de nuestro mundo coincidirían en qué esperar de alguien que nos salvara. ¿De qué quieren personas y pueblos salvarse? Incluso algo tan generalizado como negativo que es la muerte no genera un deseo común de alguien que nos libre de ella o al menos le dé un sentido, que rebase el fracaso que entraña. La muerte está ahí, pero se piensa en esta vida más que en ella. No se cree, por supuesto, en una muerte que nos libere del exilio o valle de lágrimas como decimos en la “Salve”.
Si tuviéramos deseos más comunes en los diversos pueblos, -ya son muchos más que dos- incluso en un mismo pueblo estaríamos más unidos. Aunque existan las “Naciones unidas” no se ve viable que haya alguien “rey de ellas”. Fundamentalmente porque no están “unidas”. De la diversidad no hemos de ser “salvados”, como indica la antífona, pero si del distanciamiento entre pueblos –entre los seres humanos –, de sentirnos rivales más que compañeros de camino. Vivir la Navidad es desear a alguien que traiga unidad en heterogeneidad, que nos haga coincidir en sentimientos que son propios de nuestra condición humana, que conociendo que somos barro, nos dejemos moldear por quien asumió ser también barro animado por el Espíritu.
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