17 de noviembre de 2017
0 comentarios
Otro modo de vivir, que no de ser
Una año más he pasado unos veinte días en La Habana impartiendo unas clases sobre El hecho religioso a alumnos y alumnas laicos, algunos no católicos ni creyente en religión alguna, también a tres religiosas. La primera pregunta que tenían que responder en la prueba final versaba sobre cómo veían en Cuba el hecho religioso. La mayoría hablaba de un despertar, amparado por una mayor libertad de creencias: ser católico ya no supone un mayor inconveniente para ser funcionario del Estado. Al menos en la medida que lo fue de años anteriores. Ven despertar lo religioso. En diversas expresiones: la administración del Estado ve con buenos ojos el fenómeno del santerismo, porque afirma la idiosincrasia cubana, nunca desapareció y sigue vigente; tolera confesiones evangélicas que están abriéndose paso con cierto éxito. La religión católica goza ahora de poder manifestarse externamente: procesiones, fiesta civil en Navidad y Viernes santo, en parte a consecuencia de la visita de los Papas. Las parroquias establecen organizaciones juveniles, aparecen algunas vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Eso sí, están vetados colegios privados, entre ellos católicos, la educación en toda su amplitud es conducida por la Administración civil, aunque se permiten seminarios. Los estudiantes apuntan a cierto interés que surge por lo religioso, pues está en las raíces del pueblo, y, a pesar de los casi sesenta años de revolución de carácter confesional ateo, no se ha extinguido. Y de alguna manera emerge en el pueblo con una cierta fuerza.
Es difícil cambiar el ser humano, en concreto eliminar sentimientos que son específicos de él, como es el religioso. El sentimiento que produce el misterio del ser. Seguimos haciéndonos preguntas que la cencía ni la filosofía materialista responde; que no aceptan respuestas por recetas materialista, empiristas… de corto alcance. Sigue presente el sentimiento ante lo tremendo y lo numinoso de lo que sentimos que nos desborda, en parte nos anonada, y en gran parte nos atrae. No se puede suprimir el misterio como realidad humana, que invita a ahondar en lo que somos, en lo que seremos, que hace misteriosa la muerte y por ello la vida y que suscita tanta pregunta vital. No se es persona humana sin plantearse esas preguntas aunque no tengamos las respuestas a nuestro alcance. Ser persona humana es ser y vivir en el misterio.
Comentarios
Hasta ahora se han publicado
0 comentarios. Déjenos también su opinión.