17 de octubre de 2020
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“Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se han llevado demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas. Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no solo para la actividad de los políticos y los demagogos, sino también para el hombre del Estado”. Esto lo ha escrito Hannah Arendt.
Apoyados en que utilice términos absolutos, “nadie”, “jamás”, “nunca”, si bien matizado a veces por “por lo que yo sé”, se puede considerar afirmación exagerada. Pero aun así las afirmaciones son contundentes. ¡Cuántas veces hemos oído a los políticos en campaña electoral prometer que él no engañará, que será veraz, a la vez que tachaba de mentiroso a su contrincante! De mentirosos se tachan con descaro los políticos en los enfrentamientos parlamentarios, sin que se sientan calumniados y amenacen con los tribunales. ¿Pertenecerá entonces la mentira al juego político? ¿Será que Maquivelo, que sí defendió la mentira como arma del político, fue el único veraz? Si es así ¿qué hacer? ¿Tenemos medios para discernir cuando son veraces y cuando mentirosos quienes nos gobiernan? ¿O hemos de renunciar a conocer la verdad; ¿y no exigir a quienes hemos elegido que no nos engañen, pues el engaño pertenece a la acción política?
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