De algunos de los personajes antiguos, de los que se desconoce el dato de su nacimiento y muerte, se indicaba que había “florecido” en tal fecha. Era la fecha en la que realizó lo que ha pasado a la posteridad. ¿De qué siglo somos los que hemos pasado la mayor parte de nuestra vida en el otro, pues para vivir los años vividos en siglo XX en el XXI necesitábamos llegar a los cien? No estamos jubilados de la actividad propia, aunque recibamos una limitada pensión, seguimos pensando, hablando, a veces escribiendo...Pero, como se preguntaba tanto en el siglo pasado ¿desde dónde?: ¿desde lo que hemos vivido en el siglo anterior? o ¿hemos admitido la posibilidad de seguir dejándonos iluminar, o oscurecer, por lo que se vive en éste? ¿En qué siglo hemos “florecido”? Hemos vivido experiencias propias o ajenas que han perdido fuerza en los años de este siglo. Hemos tomado conciencia de movimientos de pensamiento que han adquirido más vigor, si no en su expresión teórica, sí en su realización práctica, como, por ejemplo, el pensamiento posmoderno, la centralidad de la imagen o del gesto en la comunicación, la interpretación funcional del pensamiento, incluido el filosófico y el teológico: las ideas pierden fuerza ante la realidad, se nos recordaba desde altas instancias eclesiales. Podemos presumir de vivir “a caballo” entre los dos siglos. Si quisiéramos precisar, puede que sea una pura curiosidad, una respuesta a la pregunta sobre el siglo de nuestro “florecimiento”, ¿tendríamos respuesta? Esto es un juego retórico lo sé. Pero a veces nos tienta situarnos estableciendo distancias. Ya sé: alguien estará diciendo: si te preocupas en qué siglo has “florecido”, puede que te estés situando ya en el XXI, que hereda del XX el culto a la imagen, a la flor. Pero ¿en cuál has “fructificado”? El título de este post lo dice: dicho sea por decir algo, cuando no se me ocurre algo mejor que escribir, y quiero vencer la pereza de dejar mucho tiempo en blanco este rinconcillo de nuestra “página” que me han asignado.