6 de diciembre de 2014
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Porque “la moralidad es útil, porque nos da crédito”, decía Franklin. Y se supone que el predicador busca que la ética sea conductora de la vida individual y social. De este modo con dinero se paga a quien ayuda a ganar dinero. Porque el crédito se entiende como la rentabilidad de un trabajo, de una inversión. ¿Será por eso por lo que el Nobel de Economía James Buchanan enseña la necesidad de pagar al predicador? A pesar de lo que Mandeville quiera mostrar en La fábula de las abejas, cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública, la ética en la economía la hace no solo creíble, que es conseguir mucho crédito, sino rentable. Pero ¿ha de ser ese el argumento principal para exigir la moralidad tanto en el ámbito individual como en el social? ¿Una vez más hemos de ofrecer a la economía el puesto nuclear de la conducta humana, el argumento definitivo para valorar cómo hemos de comportarnos? ¿La rentabilidad económica ha de ser la respuesta a la pregunta kantiana “qué debemos hacer” o a la cristiana, “dónde poner nuestro corazón, dónde está nuestro tesoro”?
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