20 de noviembre de 2015
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El término postura ha tenido un sentido fuerte y comprometedor. De alguien se decía que no sólo defendía ideas, sino que tomaba la postura coherente con esas ideas. La postura venía a ser la consecuencia visible y comprometida de unas convicciones forjadas a lo largo del tiempo y la reflexión. Ese sentido se ha perdido. En la ligereza del pensamiento posmoderno las ideas no se van forjando como consecuencia de una reflexión honda y seria, se poseen sin el debido discernimiento y ordenado razonamiento: se pasa con facilidad de la imagen a la idea, de lo singular a lo universal, de lo coyuntural a lo consolidado, de la anécdota a la categoría. La consecuencia es la fragilidad de la idea. Sin embargo no se renuncia a las posturas. Pero no como expresión de una idea bien elaborada, sino como consecuencia de una reacción emocional sin discernir o de un deseo de ver quien se deja ver y oír más. Así las posturas sustituyen a las ideas, a las convicciones. Y adquieren un significado que está más acorde con lo que le término indica: la postura es algo coyuntural, circunstancial; es necesario incluso cambiar de postura para sentirse bien. Se separa de convicciones arraigadas a base de reflexión y de amplitud de miras. La postura adquiere un significado más líquido, más epidérmico, más de apariencia. Pero por su visibilidad permite situarse, aunque sea circunstancialmente, en lo social, política o religiosamente correcto, que merece el aplauso del que se deslumbra sin dejarse iluminar. Porque las posturas dan brillo social al que las toma, pero carecen de luz suficiente para iluminar. Se toman posturas sin haber cultivado la idea, es decir: lo visible y aparente sin forjar lo que debería ser su justificación.
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Pedro
30 de abril a las 20:51
Kiero saber k es postura