17 de noviembre de 2023
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La Iglesia, en especial los ministros de palabra, han de ejercer una misión profética. Que no se trata de una misión de adivinación del futuro. Si bien leer bien la condición humana, la historia presente, eso que se llama los signos de los tiempos, es tarea previa a su misión. La misión profética consiste ante todo en hacer discípulos de Jesús de Nazaret. Se incorporen o no institucionalmente a la Iglesia; el Papa ha advertido que evangelizar no es hacer proselitismo. El cardenal John Newman, antes de ser cardenal, se queja en su diario de que en Roma lo único que pretenden de él es que consiga conversiones del anglicanismo al catolicismo.
La misión de hacer discípulos de Jesús ha de partir de que uno se siente discípulo, con las limitaciones propias de nuestra condición humana, de ese Jesús; y así se presenta ante los demás: Jesús de Nazaret es la referencia de su vivir. Y lo hace por el bien de ellos, para que encuentren sentido a su vivir y convivir.
Pensando en esa tarea profética, he recordado el texto de Jn. 13 35 “en esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis unos a otros”. Parece que, sin sentido de comunidad fraterna, amistosa entre los encargados de ese ministerio profético, no ofrecerán credibilidad al llamar a ser discípulos de Jesús, porque ellos no lo serían. La comunión fraterna entre sus fieles es la primera misión profética de la Iglesia. Desde esa comunión ha de realizar su misión de hacer discípulos de Jesús. Si en la iglesia no se vive la fraternidad, la comunión en la diversidad, su labor no será profética.
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